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Corona Capital: 10 años

Corona Capital: 10 años

01/Jul/2019

El poder de las historias.

Contiene spoilers de Game Of Thrones

“¿Qué une al pueblo? ¿Las huestes? ¿El oro? ¿Las banderas? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla. Ningún enemigo puede vencerla”. Con esta lógica Tyrion Lannister argumenta la decisión de que sea Bran Stark el próximo encargado del trono al final de la aclamada serie Game Of Thrones. Él es quien conoce el pasado de los personajes, en dónde nacieron, en qué contexto crecieron y qué es lo que anhelan. Tyrion prosigue en su discurso. “¿Y quién tiene mejor historia que Bran el Roto? El chico que cayó de una alta torre y sobrevivió. Supo que no volvería a andar, así que aprendió a volar. Cruzó más allá del Muro. Un lisiado. Y se convirtió en el Cuervo de Tres Ojos. Es nuestra memoria, el custodio de todas nuestras historias: las guerras, bodas, nacimientos, masacres, hambrunas... Nuestros triunfos y nuestras derrotas. Nuestro pasado. Quién mejor para conducirnos al futuro". En caso de que no hayan visto el show de televisión coincidirán en el punto central del discurso, lo que da sentido al flujo de la vida, de nuestras vidas, es la historia, nuestras historias. La narrativa de la humanidad formada por tramas, subtramas, precuelas, secuelas, reinvenciones y escisiones que simultáneamente son relatos originales y únicos. Nuestros testimonios personales escritos a través de cada segundo, de cada respiro, de cada lágrima. Gritos y suspiros. Quien no conoce su historia está condenado a repetirla.

La Ciudad de México, entre sus cientos de miles de relatos que cuenta diariamente, uno particular que sucede año con año desde hace diez, el Corona Capital. Y eso es lo que está celebrando el festival de música este 2019. Una narración que involucra poco más de un millón de historias de los asistentes que hemos ido en sus años de existencia. El festival que nació después de varios intentos de consolidar los festivales de música como eventos regulares en México ha logrado que multitudes se concentren para ver a sus bandas favoritas en diferentes estados del país. Gracias a su solidez, construida a paso lento, se ha insertado una idea en los jóvenes mexicanos sobre la experiencia y el sentido de pertenencia a un lugar. Puede ser una pose, un aprecio real por la música o una convivencia con amigos, familia o pareja –todas las opciones válidas–, pero está de moda ir a festivales de música en México. La narrativa mundial de festivales como Primavera Sound, Coachella, Rock in Rio, Lollapalooza, Roskilde y Glastonbury se ha expandido a México, y eso ha sido gracias al Corona Capital. Aunque Vive Latino existe desde 1998 y tiene el doble de edad, no ha generado un sentido aspiracional o de experiencia dentro de la sociedad mexicana, tal vez sí un sentido de identidad en una comunidad que se enorgullece de un idioma o una posición geográfica. Y los festivales en los estados de la República no pueden quitarse la impronta de la doble “C”.

El Corona Capital es el festival de música más importante en México y lo es no por su curaduría, la cual cuestionaremos, sino por la historia que ha contado en esta década. Una historia de la que muchos queremos formar parte, aunque lo neguemos y nos quejemos del line up, a punto de comenzar el festival intentamos conseguir boletos a cualquier precio. Los testimonios se esparcen posterior al evento en Instagram, en Twitter, en Facebook, en WhatsApp, en Telegram, en las conversaciones en la escuela, el trabajo y las reuniones. La historia del Corona Capital nos atraviesa como un suceso que parece inevitable a quienes hemos ido, aunque sea una vez. La conversación puede ser incluso mínima, escueta, los protagonistas se preguntan. “¿Viste a AIR?”, respuesta afirmativa con la cabeza... el silencio de ambos comprende que los dos presenciaron una experiencia sublime y que no es necesario decirse algo.

La narración también tiene elementos cuestionables y se sumerge en algunas contradicciones. Si bien algunas ediciones han sido acertadas y otras menos afortunadas, el festival no ha buscado generar un concepto, no ha arriesgado en su propuesta y le ha tomado tiempo generar una experiencia que vaya más allá del escenario, algo que aún no logra del todo y que pasa como un marco dentro del mismo. Cómo entender que no ha entrado en su alineación algún acto de hip hop de alto calibre como Kendrick Lamar o Travis Scott y haya sido más fácil para los festivales en Monterrey arriesgarse a apostarle a esos actos. Podría decirse que para eso existe Ceremonia, pero éste da un paso para adelante y uno para atrás. Las bandas, proyectos o artistas que incluye CC parece que apelan a un público diverso que puede y, más importante, que quiere pagar el boleto y que se siente atraído por lo nuevo, lo que ya se ha consolidado y lo que está consagrado en el olimpo del rock o el pop.

En un país centralizado como el nuestro hay muchos factores implicados en la curaduría de un festival del tamaño del Corona Capital, una compleja red mundial de la que es inevitable escapar y que va más allá de conseguir que las bandas quieran visitar México. Se me ocurre por ejemplo la dimensión del festival, la cantidad de boletos necesarios para hacerlo sustentable, el valor del dólar frente al peso, la economía de la media que asiste ante una oferta cada vez más amplia de entretenimiento, el ánimo del público para pagar las entradas, la posición geográfica en la que nos encontramos y que conlleva un costo mayor para traer a las bandas, la llegada de la Fórmula 1 que obligó a los organizadores a recorrer el festival un mes y olvidarse de traer proyectos que se presentaban en Austin City Limits, la búsqueda de artistas consolidados para lograr costear y equilibrar a los más nuevos con menos fans; así como el precio de cada banda de acuerdo a su trayectoria y el espectáculo que presenta. Tenemos el festival que podemos costear considerando las variables en un ejercicio matemático. El precio de las entradas, contrario a lo que se piensa, no es alto si consideramos la cantidad que pagamos por el show de un artista o de los precios de los festivales en el mundo y dudo que The Strokes cobre menos por tocar en México.

Imagino que el Corona Capital se ha mantenido precisamente sacrificando propuesta, apostándole a la media y mejorando paulatinamente la experiencia. Gracias a eso existe y ahora es un sitio al que debemos ir y desde ahí subir una foto de nuestra banda favorita y compartir una historia en Instagram de lo cool que la estamos pasando y de lo genial que suena nuestra canción favorita y lo increíble que nos vemos con el outfit que escogimos para este día. Esta es una de las tantas historias que nos cuenta el festival, la del sentido de pertenencia, el check in de las redes sociales, el hipermodernismo manifestando algunos de sus vicios, el “presentismo” y la inmediatez. Y abundan, también, los testimonios sobre conciertos increíbles, shows enérgicos y experiencias magnánimas, anécdotas imborrables que permanecen en la vitrina de la memoria resplandeciendo como brillan las guitarras en medio de la noche cuando una luz posa sobre ellas.

Yo tengo mis historias y no incluyen selfies, desafortunadamente. He asistido a todas las ediciones del festival, salvo la segunda fecha de 2017, así que puedo contar del tremendo show que dio James en su primera edición, del nivel de audio tan bajo en Pixies que era cubierto por el eco de Interpol desde otro escenario. Fui testigo de la única vez que Portishead ha taladrado los oídos mexicanos en un show deslumbrantemente bien ecualizado. Un concierto impecable. Perfecto. Potente. Sobresaliente. Histórico. Estoy seguro que los hijos de mis hijos sabrán de ese concierto y de como después me fui a decepcionar con un espectáculo muy flojo por parte de The Strokes. En ese momento parecía que el festival se coronaba con los nombres que aparecían en su cartel. En 2012, cuando creció a dos días, presencié, como muchos más enamorados de Manchester, del regreso a una época de éxtasis de la mano de New Order. Más nombres importantes ese año, The Black Keys, Die Antwoord, Suede, Cat Power, The Big Pink y Neon Indian. Seguíamos padeciendo los baños, las distancias de los escenarios y la comida. En 2013 apostó por no incluir actos de habla hispana en su line up, aunque terminó invitándolos tras algunas cancelaciones y dejó en claro que quería ir por otro público con deadmau5. Seguía en una primavera floresciente: Queens Of The Stone Age, Sigur Rós, Vampire Weekend, The xx, y M.I.A.

2014 fue la catástrofe por el clima y el caos por las pulseras que sirvieron para generar más problemas de los que iban a solucionar. El show de Massive Attack se canceló después de cinco canciones y muchos nos resguardamos cerca del escenario con la esperanza de que regresara aunque el altavoz advertía que las actividades estaban suspendidas temporalmente. Empapados y decepcionados. Enlodados. Confundidos. Preocupados. Busqué alojamiento en una carpa de medios, estuve un largo rato deambulando en lo que comenzó MGMT y Jack White. Los tenis y el pantalón terminaron en la basura. Lykke Li, Little Dragon y Damon Albarn destacaron en el tope de los nombres del line up. De ahí en adelante, el festival ha venido experimentado lo que muchos otros alrededor del mundo: se acabó la oferta. Las bandas comenzaron a repetirse, cuando ya no hay impacto a través de los grandes nombres lo que sigue es una curaduría atinada, proponiendo una experiencia a través del orden y la selección, pero eso no ha sucedido. 2015 presentó a Death From Above 1979 y The Libertines como lo más rescatable de una alineación popular que incluyó a Muse como acto estelar cuando días antes ofreció tres conciertos en el Palacio de los Deportes. Si en un momento el festival ganó popularidad por traer bandas que nunca habían venido, ahora parecía que se acababan las ideas y que buscaba sostenerse con actos exitosos que poco ofrecían como vanguardia musical. ¿Muse? ¿En serio? Pero eso no ha disminuido el poder de venta de boletos, al contrario, ha aumentado, atendiendo a todos los gustos. 2017 y 2018 fueron un poco lo mismo, bandas que andaban de gira o que recién acababan de sacar un álbum, lo más interesante era presenciar por primera vez en México a Manic Street Preachers, pero canceló su presentación y la esperanza para ver a los de Gales se desvaneció. Ninguna sorpresa.

En su décima edición, el festival ofrece un guiño a quienes escuchábamos la radio entre 2001 y 2010, sin descartar lo que funciona ahora como Billie Eilish. ¿Es nostalgia a una época ya desaparecida? ¿Es una estrategia comercial que ha funcionado porque los boletos han alcanzado la última fase a unos días de ponerse a la venta? Quién sabe, pero probablemente sea la curaduría más lograda en sus 10 años sin ofrecer algo arriesgado, afirmándose como lo que promete ser una edición de rock y pop que hemos escuchado en los últimos 20 años. Ahí están The Strokes, Interpol, Franz Ferdinand, Travis, Keane y The Raconteurs listos para que un público los elogie por haber compuesto el soundtrack de una generación. Si somos justos, salvo los últimos, todos han visitado el país y todos han dejado de ser relevantes musicalmente, han venido de más a menos. Los últimos álbumes de esas bandas han sido medianos o “malos” de acuerdo a revistas especializadas. Bloc Party regresa tocando el garbanzo de libra que publicaron hace poco menos de 15 años, Silent Alarm; el único álbum sostenible de su carrera que, eso sí, es realmente bueno. El conjunto de estas bandas que le dieron esperanza a un sonido cuando parecía consumirse despierta el interés de quienes poníamos a girar discos como Room on Fire o Franz Ferdinand continuamente. Así que sacaremos los Converse, nos pondremos esas playeras desgastadas o vestiremos de negro con corbata color rojo y encenderemos las luces brillantes recordando aquello que nos llevó al festival en un principio, la música. De eso se trata.

Es otra época, es cierto. La historia del Corona Capital sigue escribiéndose y es una muy poderosa. Hay muchas anécdotas que han sucedido en ese maravilloso fin de semana. Hay quienes bañados en lodo imaginamos como pudo ser Woodstock en 1994, otros hemos perdido el celular, pero encontrado el amor, o le hemos llorado a alguno que se ha marchado mientras cantamos hacia un cielo oscuro, la mayoría ha ido en búsqueda de un sueño y lo ha visto materializarse con el acorde de una guitarra. Como dice Tyrion Lannister, ha sido testigo de nacimientos, guerras y bodas. Triunfos y derrotas. El Corona conoce un poco de mi historia, de la tuya, de la de él, de la de ellas, ha probado su fuerza como una gran narrativa, es resultado de un complejo panorama mundial del que México no forma parte como actor central. En general diría que no ha sido malo, pero puede ser mejor, mucho mejor. Tiene entre sus posibilidades la opción de abandonar la marca comercial para convertirse en la marca experiencia, que sea tan confiable para que compremos los boletos mucho antes de conocer la alineación porque esté quien esté, nos la pasaremos increíble. Quienes hemos asistido los primeros 10 años no seguiremos yendo durante otros 10 o quién sabe, la generación debe renovarse, la música no se va a detener, pero el público que aún siga asistiendo y los nuevos fans merecen un festival a la altura de cualquiera en el mundo. Hemos confiado en ti 10 años Corona Capital, haznos confiar los próximos 10.