Echemos abajo la estación del pan.
“La noche era nocturna, la calle era húmeda y mal iluminada…”. Nah, no es cierto; la verdad es que el día estaba bonito y el spot de la segunda edición del MonkeyBee estaba al mero punto. Los muros llenos de grafitis y los vestigios de una estructura industrial resaltaron la naturaleza underground y DIY del evento. Y, es más, hasta con una piñata decorativa se rifaron, la cual nos recordó que ese 18 de diciembre no solo estábamos celebrando la primera posada del año, sino también la resistencia del garage y el punk rock, y el triunfal regreso de uno de los festivales más prometedores de la Ciudad de México.
Pasaditas las dos de la tarde, The Outta Sorts dio los primeros guitarrazos del festival y The Bela Lugossips se rifó tremendo show con cinco músicos que dominaron el escenario cual estrellas masivas del rock. Pero, eso sí, no podíamos darnos un rol por el foro de la Ex-Fábrica de Harina sin quedarnos con nuestra dotación de Pan Blanco; por ello, esta banda le entró al quite sin guitarras, pero con un teclado, una batería y un frontman color rosa que inició un viaje a los sixties más desfachatados con “El fuzzte”, “Pez” y “Corredor callejero”. Solamente lamenté que en este bloque nos faltaran los Sex Sex Sex. No sé si llegaron tarde y les tocó tabla, pero… la verdad es que sí los extrañamos bien cañón.
En fin; ni modo, había que seguir celebrando. ¡Cuántas ganas ya tenía yo de ver a los méndigos Esquizitos! ¡Y por fin se me hizo, caray! Armamos el primer slam de la tarde con “Sólo chaser” y, por supuesto, con el clasicote dosmilero “Pum pum bang bang”, donde hasta un enmascarado andaba en el guateque. Ya, a partir de ahí, no le paramos con el mosh y los madrazos, como los que se armaron cuando Sgt. Papers tocó “No fui yo”, “Se siente bien”, “Échale campeón” y “Sándwich de monda”, rolas con las que me di cuenta de que esta es una de esas bandas que se escuchan —y se sienten, ouch— mucho mejor en vivo. Pero, sin duda, el culmen de este bloque fue el show de Cardiel; ahí sí abrimos un pit enorme donde nos tiramos casi a matar a punta de codazos y una furia que despertó con la frenética batería de Samatha Ambrosio. ¡Qué buen show dan estos compas! ¡Y qué difícil es durar en un slam con el cubreboca puesto! Qué aguante traen, chavos, la neta.
The Shivas nos dio un descansito psicodélico —y un flashback del festival Hipnosis— con rolas más tranquilas como “Please Don’t Go” y “You Make Me Wanna Die”, que todos coreamos en un momento de comunión hippie. The Schizophonics no nos metió de regreso al slam, pero sí nos dio un buen subidón con los movimientos del frontman Pat Beers, quien no dejaba de presumir su condición física —o sus clases de pilates— a partir movimientos bruscos de su cuerpo, su guitarra y su micrófono. Algo así como un Mick Jagger, pero con acento de California. Ya hasta se nos había olvidado que ese grupo entró al cartel de última hora para suplir a The Spits. Y, aunque sí sentimos la ausencia de este último, dudo que hubiera superado lo que estaba a punto de ocurrir…
Cuando Electric Six salió al escenario con “Mr. Woman”, mi mente regresó ipso facto al espíritu de los años 2000, al rock bailable y a las películas de Brendan Fraser. Estaba muy joven para contarlo, pero apenas puedo creer que la última visita a México del grupo ocurrió hace casi 20 años, en el extinto Salón 21 durante 2003. Por ello, el show de los de Michigan se sintió como una fiesta tan voraz como nostálgica a la vez, donde seis hombres en vestimentas elegantes comandaron un momento de baile y euforia con viejos y nuevos clásicos de su discografía. Sentí bien bonito cuando un centenar de almas brincamos y cantamos al unísono el coro de “danger! Danger! High Voltage! When we touch, when we kiss”. Y me cae que ni Cardiel ni Sgt. Papers armaron un mosh pit tan intenso como el que explotó en “Gay Bar”. Tanto así que hasta Miguel Servín (organizador del festival) y Andrés Loza (de The Bela Lugossips) le entraron al quite, y una botarga antropomorfa se subió al escenario con los seis eléctricos para rifarse con el stage diving. La presentación —la mejor de la noche, a mi gusto— culminó con el cántico colectivo de “¡Oeee, oe, oe, oeee! ¡Eleeectric Siiix!” y… ¿Qué les digo? Me llenó de nostalgia encontrarme finalmente con la versión en vivo de las canciones que musicalizaron mi etapa de preparatoria. De solo acordarme hasta se me hace un nudo en la garganta, canijos.
Frankie & the Witch Fingers cerró la jornada con más guitarrazos y un porte misterioso que le hizo honor a su hombre. Acá ocurrió el último mosh pit de la noche y… Bueno, la neta yo ya no aguantaba otro, para qué les miento. Aún así, me tomé el tiempo para descansar y apreciar lo que había vivido en las últimas 12 horas: MonkeyBee cumplió con ser ese “reencuentro con el rock y con una energía que no habíamos sentido en mucho tiempo”, tal cual vaticinó la organizadora Jasmina Hirschl en una entrevista para este medio. Es cierto que el evento no fue perfecto; un par de actos se bajaron del barco y, en ocasiones, se les escaparon errores de audio o de tiempo. Sin embargo, es justo por eso que MonkeyBee comienza a destacar en la escena de festivales mexicanos, por su honestidad, su fidelidad al espíritu DIY y su muestra de valor para crear un evento así de ambicioso en una época de dificultades post-pandémicas. MonkeyBee pinta para convertirse en uno de los mejores eventos de 2021, así como en un referente para los festivales de nicho en México con apenas dos ediciones bien queridas por todos. Y, bueno, ¿qué más puedo agregar? ¡Aguante Electric Six, aguante el MonkeyBee, aguante el garage y aguante los festivales de nicho! El presente y el futuro del rock en México se quedan en buenas manos con ustedes.