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Wilco en el Teatro Metropólitan

Wilco en el Teatro Metropólitan

Fernando Bastarrachea
Cortesía OCESA / Liliana Estrada

Cortesía
OCESA / Liliana Estrada

26/Ene/2020

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Teatro Metropólitan

Wilco desde hace más de una década, exacerbando el factor sentimental del momento.

Wilco no se conforma con ser lo que muchos llaman una banda “atípica”. Desde hace 26 años, ha inspirado un arsenal de sensaciones caleidoscópicas -ya sea la añoranza, la angustia o hasta la desorientación- con las bases bien centradas: la humanidad fragmentada. Su discografía se ha compuesto de estudios o bosquejos de estos fragmentos, como el desamor literario de Summerteeth, la paranoia distorsionada post-9/11 de Yankee Hotel Foxtrot o la calma melancólica de Sky Blue Sky. Por estos factores temáticos y su tendencia por oscilar entre un rock alternativo arañando el avant garde y un estilo más relajado que no estaría fuera de lugar en un crucero americano de los años 70, Wilco se ha ganado un lugar en los corazones de melómanos de varias generaciones. Y tuvimos que esperar esos 26 años para que por fin viniera a México, con una residencia en un festival organizado por ellos en la Riviera Maya durante esta semana y su debut formal en la CDMX la noche de ayer.

La velada empezó decididamente surreal, con la banda abridora OHMME encantando a quienes encontraban sus butacas o a aquellos que se encontraban en el lobby o el bar y fueron seducidos poco a poco por los primeros sonidos que inauguraban el evento. La dupla de Chicago conformada por Sima Cunningham y Macie Stewart solo se valió de dos guitarras y el ocasional violín para crear su propio capullo musical en el cual todos formábamos parte de su crecimiento. 

Temas como “Icon”, “Water”, “Cloudbusting” y “Grandmother” fueron adornados con sus coros teatrales, acordes intoxicantes y armonías perfectamente coreografiadas, en las cuales ambas mujeres entonaban una sola vocal o sílaba para después ser contrastada por la otra. Su música creó un balance perfecto entre la dulzura y el caos que fue, en palabras de mi novia y acompañante al evento, un resumen perfecto de cómo es a veces el universo interno y complejo de una mujer.

Poco después, con extrema puntualidad, la legendaria banda salió a las 21:00 H ante el aclamo cacofónico de un Metropolitan prácticamente lleno. Jeff Tweedy, líder y compositor principal, agradeció a los presentes en un discurso en español casi perfecto, indudablemente practicado en sus días recientes en las playas mexicanas, para arrancar con “Before Us,” tema de su disco más reciente, Ode to Joy. Cabe mencionar que, en mi charla con Tweedy hace unos meses para este mismo sitio, me comentó que, al ser la primera visita en México de la banda, explorarían más su catálogo y no tanto el material a promocionar. De este modo todos aquellos que los seguían desde su debut A.M. hasta los que los conocieron con álbumes como Star Wars o Schmilco, serían recompensados. Los resultados fueron intoxicantes.

Tweedy consintió a propios y extraños desde las primeras notas y tamborazos de “I Am Trying to Break Your Heart,” y se siguió con canciones ya consideradas de culto como “War On War,” “Random Name Generator” y “Can’t Stand It,” en las cuales hizo gala de su hipnótica voz, así como de los arreglos intrínsecos del conjunto. Y cada quién tuvo su momento para brillar: Nels Cline voló la cabeza de los presentes con sus longevos y explosivos solos de guitarra en “Handshake Drugs” e “Impossible Germany;” Glenn Kotche dio cátedra de percusión con sus impredecibles y cataclísmicos trancazos en “Via Chicago,” “Bull Black Nova” y “I’m the Man Who Loves You;” John Stirratt armonizó espléndidamente con las segundas voces y bajo en “Love is Everywhere (Beware)”, “Heavy Metal Drummer” y “Misunderstood” y Mikael Jorgensen manipuló como científico poseído los ruidos y teclados en las conmovedoras “Hummingbird” y “Reservations.” De las cosas que más deleitaron a todos fue justamente esta química entre la banda, esta conexión impalpable que solo músicos de este calibre y con tanta camaradería pueden tener.

Después de casi dos horas sin interrumpir sobre el escenario, Wilco despachó las armas grandes a la mitad del concierto, como la épica “Jesus, etc.” o la esperada “Box Full of Letters,” así que había un dejo de incertidumbre entre los fanáticos de hueso colorado por saber con cuáles se despedirían. Fue la grata sorpresa de un servidor el haberlo averiguado con el agasajo colectivo que se armó durante “Spiders (Kidsmoke)” una de las piezas más experimentales e infravaloradas de A Ghost is Born, en donde OHMME volvió a subir para acompañarlos. Acto seguido, su primer adiós fue logrado al compás de “The Late Greats” un bello tributo a sus ídolos y al proyecto predecesor de Wilco, Uncle Tupelo, junto con el anuncio formal del retiro de Matrix, roadie de Wilco desde hace más de una década, exacerbando el factor sentimental del momento.

Ni pasaron cinco minutos antes de que el sexteto regresara para ofrecer los últimos clásicos de la noche: “California Stars” su memorable colaboración con el enorme Billy Bragg en las Mermaid Sessions y las más veteranas “Outtasite (Outta Mind)”, “I Got You (At the End of the Century)” y “A Shot in the Arm.” Al final, luego de dos horas y media de epifanías y catarsis sonoras, Wilco pasó de ser una banda “atípica” a convertirse en una “atemporal”. Lograron tocar las fibras sensibles de gente como varios caballeros encanecidos, melómanos treintañeros barbones, chicas finamente vestidas y hasta un par de niñitas que vi brincando y saltando del otro lado de mi pasillo. Esperemos que no se tarden tanto tiempo en regresar para ofrecer un recital tan colosal como el acontecido, pero de hacerlo, podrán esperar a tener un público tan heterogéneo y efusivo como su propia música. 

Fernando Bastarrachea

REDACCIÓN:

Fernando
Bastarrachea

Cortesía OCESA / Liliana Estrada

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OCESA / Liliana Estrada