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King Gizzard and the Lizard Wizard — Polygondwanaland

8

King Gizzard and the Lizard Wizard
Polygondwanaland

Sin sello / 2017

Artista(s)

King Gizzard and the Lizard Wizard

Sintetizadores espaciales y un viaje instrospectivo en el mundo de los lagartos.

El 2017 fue el año más fructífero de King Gizzard and the Lizard Wizard –hablando de volumen musical y de exploración como artistas–. La banda australiana ha sido una bomba, una explosión progresiva y en continuo ascenso desde su nacimiento hace ocho años en Melbourne, fusionando distintas corrientes musicales que van desde el psych hasta el jazz. Y aunque lanzar cinco LPs en un año fue, además de arriesgado, para muchos una muestra de egocentrismo, para muchos otros fue una búsqueda instintiva que mostró al mundo un nivel de creatividad inmenso.

El camino comenzó con Flying Microtonal Banana, álbum que tuvo momentos bastante lucidos y que en ocasiones todavía tenía el sonido impregnado de su obra maestra, Nonagon Infinity. El cambio llegó con Murder of the Universe, material conceptual dividido en capítulos y que llevó a los australianos a un momento sublime de indagación como personas y músicos, un disco que es obligatorio escuchar para entender el mundo de los lagartos. Fue tal vez en ese segundo larga duración del 2017 cuando supimos que la evolución es una constante fundamental en la banda, y que Stu Mackenzie es un hueso duro de roer, saliéndose del libreto en momentos determinantes. A mitad de año se estrena Sketches of Brunswick East, que a mi parecer, es el disco más fino de la banda y que raya casi en la perfección, atribuyendo más de la mitad de este calificativo a Mild High Club, impresionante proyecto de jazz psicodélico conducido por Alex Brettin. Un disco tributo a la leyenda Miles Davis que denotó una técnica bastante pulida de los australianos.

Y con dos discos todavía a cuestas que King Gizzard and the Lizard Wizard había prometido lanzar antes de que culminará el año, llega en noviembre de forma sorpresiva Polygondwanaland. Al parecer en la cuarta entrega Stu y compañía ya tenían la confianza suficiente para de nuevo romper con todo lo que habían hecho en el pasado y volver a tomar nuevos riesgos. Dejan atrás los riffs estruendosos y retorcidos característicos de los siete lagartos de Victoria. Pero le dan entrada a cápsulas electrónicas y juegan más a fondo con los sintetizadores, exprimiendo cada sonido del mágico instrumento. Se avientan de nueva cuenta hacia un precipicio desconocido con la esperanza de desenterrar oro, lo más irónico, es que lo encuentran.

Otro punto a destacar fue la poca mercadotecnia que tuvo el material de estudio, el cual la agrupación lo lanzó por medio de su sitio web con descarga totalmente gratuita, invitando a sus fans a crear su propia disquera quemando el CD en físico, escuchándolo en formato wav o mandándolo a las prensas de vinilo, para los más puristas. Además, tenías la oportunidad de descargar diversos artes para hacer materiales totalmente únicos. Una muestra de fidelidad a la música y su valor, o un ahorro para la distribución y producción de los mismos. Cualquiera que fuera la estrategia, se aplaude que bandas busquen más caminos para otorgar su música al público.

Por supuesto, lo que más importa es eso, la música. Polygondwanaland abre con una cuidadosa y larga canción de 10 minutos, "Crumbling Castle", pieza que denota que todo el trayecto sonoro será más limpio que sus antecesores. Ahora, Mackenzie no se empeña en alcanzar notas altas ni en tener una voz llena de reverb. La armonía acompañada de guitarras suaves, un bajo sin distorsión y un excelente solo de flauta se rompe con los últimos dos minutos de la pista, donde el desastre y el sonido autoritario de los de Melbourne se hace presente, llegando en los últimos segundos a tener rasgos de stoner. Un excelente inicio.

El homónimo “Polygondwanaland” y “Castle In The Air” son temas tranquilos, con ese característico sonido en las cuerdas que viajan por un tono medieval en el cual King Gizzard and the Lizard Wizard ha firmado como su sello particular. Aún con ello, y aunque las notas suenan más peligrosas y con un grado de aventura superior, la producción suena bastante fina, dejando atrás ese lo fi del Oddments, otro punto a favor para su duodécimo LP.

Como una historia anecdótica de castillos, princesas y grandes bestias, King Gizzard and the Lizard Wizard prosigue con “Inner Cell” y “Loyalty”, canciones que se conectan con un impresionante efecto de synth pop digno de un soundtrack de alguna película de ciencia ficción. Un guiño en forma de tributo a los grandes que se dedicaban a hacerlo con maestría como Pink Floyd. El proyecto deja lo más gizzardiano para el cierre, preparándonos con la espacial “Searching” y culminando con un cierre de locura con “The Fourth Colour”. Y es que escuchar un disco completo de King Gizzard and the Lizard Wizard se debe realizar de principio a fin. Pues las conexiones que existen entre cada tema hacen que cada material sea algo único y especial, entrelazando la música como un cuento de fantasía o algún relato bélico.

No es su disco más impresionante, ni tampoco el más contundente, pero si es uno donde salen de la que podría considerarse su zona de confort –si es que los australianos tienen una–.