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Malaventura: Historias de la Ciudad

Malaventura: Historias de la Ciudad

27/Sep/2013

Malaventura

Michel Lipkes

Fernando del Razo, Michel Lipkes

México, 2011

Axolote Cine

Es un gigantesco el riesgo que están tomando los nuevos cineastas con respecto al lenguaje cinematográfico, las innovaciones casi nunca son bien vistas en un principio, pero generalmente dictan la estética del futuro. La 2a Semana de Cine Mexicano Independiente trae consigo estas nuevas propuestas: variadas entre sí, pero con detalles en el discurso que las mantienen unidas.

Malaventura es la crónica de un hombre viejo que vive último día de su vida en la Ciudad de México. Su día transcurre cotidianamente, sin altibajos, mientras se pasea por calles del centro. No hace otra cosa, compra su alcohol, vende algunos globos, duerme y ve como su día va poco a poco terminando.

En su silencio conocemos su rutina y los aspectos de la ciudad, como todas hacen referencia a la muerte de alguna forma; pequeños augurios del trágico final de nuestro protagonista anónimo (así como muchos en la ciudad). Todos los cuadros insinúan la muerte del solitario anciano.

La ficción del filme coquetea sutilmente con el documental. La línea argumental es extremadamente sutil, excepto por la estética barroca de la misma ciudad. Malaventura es una cinta minimalista, tanto, que incluso llega a exagerar en el transcurrir del tiempo y la nada. No hay altibajos, solo mutismo del anciano ante la muerte propia que mediante elementos cotidianos, hablan también de la muerte de una ciudad, pero siempre una muerte anónima.

En su lenguaje, forma y pretensión, Malaventura termina pareciendo una propuesta experimental que busca la alternativa al lenguaje cinematográfico de siempre. Abusa de la nada con planos secuencias aletargados, abusa del sonido con un drone fuerte que sostiene el sentimiento del anciano por morir. Es una crónica de una muerte no anunciada y su director, Michel Lipkes, buscó y logró contar de una forma desoladora la muerte de un cualquiera.

De esta forma, abre, junto con muchos de su generación, la puerta a esa búsqueda de un nuevo discurso cinematográfico mexicano; uno mucho más existencial que no adorna la realidad con pretensiones aspiracionales de lujos que no tenemos, uno que nos muestra como hombres mortales que tenemos como finalidad la soledad.