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Se puede habitar un territorio específico con total vaciedad, ni los sucesos políticos, ni las fechas patrias, ni siquiera el lenguaje puede afectar en lo más mínimo la forma en la que percibimos las cosas. Pero también pasa lo contrario, también sucede que somos conscientes de nuestra nacionalidad y apreciamos, desde puntos de vista críticos (el amor/odio, que le llaman), las maravillas y las injusticias de nuestro país. Esta actitud provoca una sensación extraña: a pesar de las vejaciones y autoritarismos, la sola idea de abandonar “el suelo que nos vio nacer” es atemorizante.
En la novela gráfica Persépolis, Marjane Satrapi, más que hacer una autobiografía exclusivamente personal, narra la historia de una ciudadana iraní y la forma en la que vive su agitado país. Tomando como punto de partida su infancia, Satrapi habla de cómo vio a su querida Irán convertirse en un sitio inhabitable. Desde el gobierno monárquico hasta la revolución musulmana, pasando por los conflictos con Iraq y Saddam Hussein, Irán se vio invadida por una represión fundada en la fe religiosa y la moral civil.
Marjane cuenta cómo de tener escuelas laicas y mixtas, los niños de su generación fueron separados por sexo y comenzaron a recibir educación con libros de texto expurgados de ciencia y otros demonios que pudieran distraer a los infantes de la importancia del tradicionalismo. Tener fiestas pronto se volvió algo prohibido, los hombres devotos cultivaron barbas y se constituyó como una ley que las mujeres usaran velo, ya que sus cabelleras causaban lascivia, y toda que no cubriera su pelo podía ser acusada de prostituta.
Cuando los padres de Marjane vieron que Irán no mejoraría, enviaron a su hija a Austria, episodio que constituyen las páginas más conmovedoras de Persépolis. Es cierto que en Austria encontró un lugar sin las ataduras sociales de Irán, pero detrás del avanzado nivel de vida europeo se escondía la hipocresía.
Marjane, mientras fue estudiante en Europa, descubrió que el izquierdismo que profesaban algunos de sus compañeros era motivado por la mera pose intelectual. También se enfrentó a una cultura donde, más que el progresismo, estaba sumida en el comftort del primer mundo. Marjane no tenía lazos que la unieran a Austria, sus relaciones de noviazgo eran ridículamente desastrosas y su familia no estaba ahí, por lo que decidió regresar a Irán, a una situación que, efectivamente, había empeorado hasta el absurdo.
Marjane Satrapi dibuja con destreza su historia, entablando relaciones entre la plástica antigua persa y lo mejor de la historieta moderna. Narrada con altas dosis humorísticas, Persépolis es un libro cálido y profundo, una ayuda para el que desee entender por qué, a pesar de todo, su país no termina de decepcionarlo.