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Un viaje lyncheano pero sin Lynch: Only God Forgives

Un viaje lyncheano pero sin Lynch: Only God Forgives

16/Dic/2013

Only God Forgives (Sólo Dios Perdona, 2013) de Nicolas Winding Refn fue la película de clausura en el pasado GIFF 2013; toda una delicia visual y sonora, casi como mirar una pieza de trip-hop hecha cine, casi como disolverse dentro de alguna canción de Massive Attack que hubiese sido convertida en imágenes y narrativa cinematográfica.

La cinta es algo enredada sensorialmente y se sitúa en una Bangkok (Tailandia) como sacada de un sueño. Todo se desata con la muerte de un mafioso pervertido y medio pederasta: el hermano mayor del protagonista.

Cuando el antihéroe, Julian (Ryan Gosling), se entera de la muerte de su hermano, intenta cobrar venganza buscando al asesino, pero el hombre al busca es indestructible, casi una fuerza de la naturaleza. Al descubrir que su hermano fue muerto después de que violó y asesinó a una niña de dieciséis años, el revólver de Julian se detiene para permitir que el verdugo de su hermano se aleje. La venganza se pospone y cambia de dueño.

Esa paz momentánea se quiebra cuando Crystal (Kristin Scott Thomas), la madre de Julian y reina oscura del crimen organizado en los Estados Unidos, con un look bastante al estilo Madonna, llega a Bangkok para tomar represalias. Entre los planes de la peligrosa Crystal y las abstracciones solipsistas del criminal soñador Julian se interpondrá la implacable espada del misterioso ex policía Chang (Vithaya Pansringarm); porque este brazo afilado de la venganza no habrá de torcerse jamás.

Algo que me fascinó de la película fue el trabajo y la puesta en escena en torno a la construcción de los personajes, sobre todo en el caso del ex policía Chang, sombría figura que no deja de recordarme a un vecino –que siempre salía a la tienda de la esquina en pantuflas– con el que me tocó convivir durante mi niñez. Chang es un hombre sencillo pero de hosca mirada que al final se nos revela como la última arma, el asesino más feroz. Bien podría imaginarme a mi vecino al estilo de Pansringarm, asistiendo a un karaoke local para cantar con una dulce voz canciones nostálgicas, como de José José, para luego surgir nocturnamente como el asesino de sus enemigos, armado de una excéntrica espada purificadora.

Julian es como una espada sin funda, un alumno joven que aún no encuentra al maestro adecuado. Un soldado sin rumbo y, al mismo tiempo, un Cristo que quiere devorar los pecados de su familia. Como ya lo habíamos visto en Drive (2011), Gosling vuelve a aparecer como un personaje callado que pareciera buscar algo más, quizás algo dentro de si que al no encontrarlo, lo lleva a quemar sus días entre drogas y hermosas prostitutas tailandesas, hasta su encuentro con el ex policía Chang.

Es una variación de ese antihéroe americano que tanto fascina a Winding Refn, al estilo de un sombrío Charles Bronson en Once Upon a Time in the West (1968) de Sergio Leone, pero ahora dotado de las ensoñaciones de un místico. Así, Julian, hijo de una madre dominante y hermano menor de un sicópata, encontrará tardíamente al maestro que quizás se convertirá en su castigador.

Esta nueva cinta del director de Drive se nos revela como una propuesta cinematográfica bastante bien construida: violenta, contemplativa, seductora y al mismo tiempo que delirante. Es un thriller de acción que se disuelve entre laberintos atmosféricos, sensoriales y oníricos de la experiencia visual, aunque no por completo.

Desde Drive ya se podía apreciar la maestría con la que Winding Refn acopla las texturas oníricas, como extraídas del cine de David Lynch, a su propuesta. En la cinta también nos encontramos con atisbos de concepciones budistas al estilo de Alejandro Jodorowsky pero, a mi parecer, mejor logradas cinematográficamente que en la obra del excelso maestro chileno (que en realidad dejó de hacer cine antes de aprender a hacerlo); a quien, por cierto, está dedicada Only God Forgives.

La plástica de la película es otra aventura de la mirada, ésta fluctúa entre colores rojos estridentes y neones suaves, los cuales condensan bastante bien las pulsiones de los protagonistas. Sencillamente, una película que se disfruta como perderse dentro de un delirante corredor de la mente, como disiparse en algún grabado oriental o en una pintura imprecisa que nos obligara a perseguir la trayectoria de una espada.