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The Gilmour Project en Pepsi Center WTC

The Gilmour Project en Pepsi Center WTC

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Pepsi Center WTC

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La experiencia de la obra abierta.

Si no te gusta Pink Floyd, seguramente lo estás escuchando mal o no estás poniendo atención. Solo basta con echarle un vistazo a la cartelera del festival Hipnosis para encontrar una pizca de la amplia influencia del grupo sobre nuevas generaciones de melómanos psicodélicos. Entre covers, interpretaciones al pie de la letra (véase el tributo de The Flaming Lips a The Dark Side of the Moon) y cientos de análisis con rigor académico, el trabajo de Pink Floyd se ha mantenido como una obra abierta, un mito en constante reescritura de generación en generación como todos los que otrora sostuvieron al mundo moderno. The Gilmour Project, supergrupo estadounidense nacido en el seno del rock clásico y del progresivo, ha tomado la pluma para ser uno de sus más apasionados narradores.

The Gilmour Project es y no es una banda tributo. Es más bien un ensamble original, formado por cinco músicos con carrera en el rock desde los 70 y un interés por llevar a los terrenos del jazz y la improvisación clásicos del grupo británico por todos amados. Por ello, la noche del 11 de junio, las paredes del Pepsi Center WTC se llenaron de una carga psicodélica —y una que otra nube de humo flotando por ahí, lejos— acompasada por viejas y conocidas melodías. El prisma del Dark Side of the Moon, álbum cuyo aniversario 49 congregó en este lugar a varios centenares de apasionados de Floyd, proyectó nuevas refracciones de su música, como también lo hizo el legado de Animals (1977), Meddle (1971), Wish You Were Here (1975) y A Saucerful of Secrets (1968).

Desde el inicio, The Gilmour Project dejó claro que iba con todo en el tributo a las atmósferas de Floyd con los acordes de “Shine On You Crazy Diamond”. El primer set no se guardó nada; fue un recorrido por cada faceta de la historia del grupo de David Gilmour, comenzando por “Set the Controls for the Heart of the Sun”, tema de su segundo álbum, hasta piezas como “There’s No Way Out of Here”, popularizada por aquel músico en solitario. En el camino, se quedaron “Echoes”, “Dogs” —cuya interpretación nos voló la cabeza por la pulcritud de los solos de guitarra a cargo de Jeff Pevar— y la primera sorpresa de la noche: un cover de “Running Up That Hill”, original de Kate Bush, que al momento de escribir estas líneas suena hasta el cansancio entre una generación de tiktokers y amantes de las cosas extrañas, si bien no desencajó para nada en un set enfocado a conectar tanto con apasionados de la música de finales de siglo como con nuevos melómanos.

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Fue en el segundo set donde Dark Side of the Moon revivió en todo su esplendor… con unas pequeñas añadiduras. El grupo interpretó la obra de inicio a fin y dejó claro que el álbum de 1973 ha llegado a nuestra época con el respeto de un Mahabharata o un Bhagavad Gita, es decir, de un texto que pasa la prueba del tiempo y, pese a haber sido traducido por un montón de plumas, conserva la esencia de una pieza histórica. Así se escucharon las reinterpretaciones de “Breathe”, “Brain Damage”, “Speak To Me”, “Money” —de las favoritas del público— y “Any Colour You Like” —la predilecta de quien escribe estas líneas, por supuesto—. En el medio, The Gilmour Project nos dejó con su muy personal reimaginación de “Black Magic Woman” de Fleetwood Mac, donde salieron a relucir más que nunca los órganos a la vieja usanza ácida a cargo de Scott Guberman.

Para ese entonces, los cinco integrantes de The Gilmour Project habían acallado toda duda de su versatilidad como músicos y su integración como banda —también, vale decirlo, de su destreza vocal—. Pero fue en el encore con “Comfortably Numb” donde de la misma forma dejaron claro su poder para revivir el espíritu de la escucha en vivo del Pink Floyd original. Fue en ese momento, con centenares de celulares alzados, coros a todo pulmón y un par de globos gigantes brincando de mano en mano, cuando se rescató por fin la energía más pura de un concierto de rock. 

Estoy muy tentado a afirmar que The Gilmour Project es lo más cercano a un concierto de Pink Floyd que viviremos aquellos quienes no tuvimos el privilegio de estar presentes en los legendarios shows de 1994 —y, para el caso, en ninguno de Roger Waters. Eso, por supuesto, colocaría al grupo un paso más allá de las bandas tributo que inundan los bares del Centro Histórico, las cuales dividen con fervor a los fans de la música en vivo pero ayudan a mantener viva la memoria de la banda británica. Sin embargo, esta noche The Gilmour Project demostró tener su propio mérito como banda, como agrupación de rock progresivo, ensamble de improvisación y hasta portador de emociones singulares. Músicos geniales para una música que, ni con el paso de las décadas, deja de ser increíble.