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Tengo una pequeña playlist que me ayuda a sostenerme de la esperanza. Es mía. Se va alimentando por lo que voy descubriendo, por la nueva música que van publicando mis bandas conocidas, por recomendaciones de amigos o revistas. Al paso de los días de encierro como consecuencia de la pandemia del SARS-CoV-19 me voy perdiendo, pero la playlist me ayuda a conservar el sentido. ¿Hoy es viernes? ¿Qué no fue viernes ayer? Estar en casa me ha ayudado a observar ciertas cosas, por ejemplo, he descubierto que de acuerdo al día la luz se filtra por la persiana de manera diferente. ¿Es eso o es el clima? El sabor del café se va perdiendo, desgraciadamente. ¿Cuántas tazas he tomado hoy? Saco el celular, enchufo los audífonos, limpio mis oídos del ligero sudor que este horrible calor está ocasionando y presiono play.
Por ese espacio de la ventana se meten algunos insectos. Ayer fue una araña, hoy es un mosquito. Creo que me ha picado. Creo que lo quiero matar. Después de unos minutos dejo que se vaya. En esa misma esquina de la ventana noto como se ha acumulado el polvo después de meses de no mirarlo. Siempre ha estado ahí, pero no prestaba atención. Intenté poner playlists de las que suben los servicios de música en streaming según el estado de ánimo que tengas o de acuerdo a la actividad que estés haciendo. Algunas con nombres muy graciosos, otros se leen ridículos. Al principio me parecían divertidas, acertadas, muy bien “curadas”, lo que descubrí al cabo de un tiempo fue paradójico. Me pareció que lo que a continuación escribiré era producto del encierro, pero cada día me voy convenciendo más de ello. Tiene como inicio la paradoja de la elección, mientras más opciones tengamos mayor será nuestra insatisfacción por la decisión que tomamos. Demasiada oferta está produciendo que el contenido pase desapercibido.
A pesar de haber escuchado muchas y variadas playlists, con cientos de canciones, diferentes, de distintas épocas, en diferente orden, todas pensadas para alimentar el ritmo y resolver la situación de no saber qué escuchar me quedé con la sensación de no haber “escuchado” nada. Fue cuando caí en cuenta de que las playlists de los servicios de streaming están matando el sentido de las canciones y, de paso, están acabando por destronar el álbum ya no como un formato de mercado ni como un concepto, sino como una experiencia que te abrasa, que alimenta el cuerpo y el cerebro, que significa algo.
El álbum como objeto de distribución puede que no sea rentable, pero artísticamente sigue siendo necesario. Al igual que las canciones que individualmente poseen una estructura y una unidad y al agruparlas bajo algoritmos o etiquetas de género pierden el aura que poseen por sí solas. Las “playlists” están aniquilando la experiencia sensorial de contemplar la música. Ahora parece un “ruido” de fondo, ese “algo” que oímos pero a lo que no prestamos atención, que lejos de producir significado artístico le resta el potencial a la música como un arte expresivo de ritmo, de sentido y de pensamiento. Le quita fuerza a cada canción como un ente perteneciente a un compilado de temas que fueron agrupados por una razón, ya sea sonora o conceptual. De ahí que Trent Reznor argumente constantemente sobre el sentido del álbum y la forma de distribución de música en servicios digitales.
No basta con poner al alcance del mundo toda la música, sino que hay que darle un sentido que se traduzca en convivir con ella, en establecer un vínculo afectivo que resulte significativo para el escucha, en crear un diálogo entre las canciones, el artista y el fan. El problema no son las listas de reproducción, sino la forma en que las están hilvanando, que no parece ser a partir de un sentimiento o una vibración, sino con base en números y matemáticas, hechas por robots que están muy lejos de ser lo que somos quienes buscamos en la música una emoción, una idea, un ritmo, un diálogo, una convivencia. Así que dejo de saltar entre las sugerencias de las apps y escucho el álbum más reciente de Yotam Avni, Was Here, que es sin duda ese confinamiento mental y sensorial que es necesario ahora más que nunca. ¿Ese animal que entra por la ventana es una cucaracha? ¡Ahhhhhh!