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Que pagues el rescate que abajo te indico.
Anoche apaleé un sueño, uno de esos que se saborean con penitencia; de aquellos que se mantienen activos sin importar que hayas despertado. Sigo sabiendo que tengo una enfermedad (que no recuerdo) que hace que no recuerde las cosas; quizá por eso resultó tan memorable la fantasía. O tal vez porque no tengo relatos de haber vivido una ilusión tan soñadora, aun de pie, durante más de una noche.
Con un marco sin pretensión, tan ligero que se envidia su frescura, esta pintura se mantiene supuestamente a salvo. Ese marco la adorna para no dejarla desnuda, ni de esquinas, ni de enigmas. Aun con ello, el diseño del contorno dibuja cada una de sus líneas, y aunque algunos clamen de “normales”, para mí son inolvidables. Con dimensiones discretas, ni tan exuberantes como las obras de Botero, ni tan insignificantes como los de Siqueiros, su sencillez desprende naturalidad de todo lo que hay en ella.
Es así como despega mi divagar en una noche de octubre: admirando esa pintura dentro de la habitación oscura. Un lugar oculto, vacío y sin luz. El único brillo en el interior era la imponente iluminación de su resplandor. Y aunque la pintura considera ser un adorno más en el mundo del arte, sin duda consigue renacer almas en luto con su magia. Es primorosa, motivante y fuera de lo común.
Afuera hay un clima horrible: frío y degenerado. La gente alrededor resulta vacía e instantánea, pretendiendo que el mundo material es el mayor regalo de su dichoso dios. Hay falsedad y ladrones de verdades, que fingen ser felices en un display que al bloquearse les refleja lo patética y depresiva que es su realidad. Detesto ese clima, prefiero estar adentro, a oscuras, en la soledad que me corteja esta pintura prodigiosa.
La posición y medidas del cuadro están ubicadas perfectamente a mis dimensiones; la altura, lo delgado, la calidez y claridad. La luz reflejante, el piso liso o las esquinas protegidas parecen ubicarse de forma precisa para cumplir con un prometido… Aparentemente está colocado o creado por mí. Y tiene sentido: más allá de un pecado narcisista, el sueño se establece en mí, en mi mente y mi contexto. Uno puede pretender e imaginar lo que desee; total, soñar no cuesta nada.
Entonces estamos aquí la pintura y yo. Un envidioso bohemio y una obra de arte trazada por mi existencia en este lugar furtivo sin espejismo. Tan plegados que no necesitamos más espacio que el que estamos diseñando, o la menos alucino con esa quimérica realidad. La pintura tiene vida: el paisaje de un preciado sol de girasol en el centro. Y aunque desconocemos la firma del autor, agradecemos la existencia de obras tan dóciles que liberen el aura.
A la entrada del recinto hay un oficial mamarracho y mal sentado, con una pereza que hasta su propia responsabilidad le cuesta cargar. Es deshonesto y fanfarrón, pero con aires de pensarse un miembro de “la unidad de seguridad presidencial”. No aporta ni deja aportar. No entra ni deja entrar. No cobra el acceso, pero tampoco deja lo paguemos. No cuida ni deja cuidar. No hace nada, pero tampoco permite la ayuda. Solo está ahí mal sentado reflejando su frustración en un ventanal percudido.
Esa noche me reencontré con mi extraviada rebeldía cuando ingresé a la guarida seudo-prohibida. Abusé de mis dones y así penetré. Corrí sobre el pasillo largo esperando dejar todo atrás; los sonidos de la suciedad se fueron opacando, también los del guardián de la entrada, de los niños berreando o de la inútil sociedad. Al fondo el destello de la pintura me guiaba. No entendía el porqué estaba en esa situación. Sencillamente corría mi impaciencia y yo para alcanzar la luz; es éste un ejemplo de que el amor es la peor arma para los amantes masoquistas: correr felizmente hacia la luz que te mata.
Nos comimos durante un lapso eterno sin despertar. Nos comunicábamos sin hablar entendiendo cada mensaje visual. Sentí me rodeaba sin palparnos. Era una pintura grata y vanidosa, digna de una aventura existencial en un sueño perdido. Su lienzo me decía que escapáramos, ¡que fuese salvada! Protegerla de potentes ataques de anarquistas jóvenes con salsas de tomate o pintura roja. Ansiaba fuese arrancada del muro, jalarla tan fuerte que desprendiera la protección y el dolor. Buscaba ser libre y amada para tener la exposición que siempre añoró en el amor. Solo buscaba[mos] felicidad dentro de la infelicidad.
Don Picasso murmuraba que la pintura es más fuerte que él, “siempre consigue que haga lo que ella quiere”; tiempo después lo comprendí. Es imposible no obedecer una obra de arte. Es imposible no caer rendido a ellas cuando son tan vulnerables, porque “el arte no reproduce lo visible, lo hace visible” (Paul Klee). Y sin duda quería algo visible en un mundo de opacidad. Su destello me dictaba el camino que ahora quería trazar, un andar que inició cuando la rescaté; corriendo con la obra contra todos y todo. Era cierto que no tenía un muro para colgarla en casa, pero fantaseaba en construir uno especial tan auténtico como ella.
El camino es largo, recorrerlo ha sido doloroso. Justo el mismo cansancio con el que desperté aún pensando que partía con la pintura en mis brazos. Al día de hoy prolongo mis zarpazos largos; por momentos me detengo para descansar y confirmar que seguimos a salvo y así poder continuar el arranque… aunque fuese un sueño. ¿Qué importancia tiene la realidad cuando el soñar te mantiene despierto? Continúo reflexionando la respuesta. Por ahora nada de eso me incumbe, sigo marchando y delirando, salvando la pintura y ella salvándome a mí.
No busco ser un héroe de arte, tampoco el salvador de la penumbra. Y sin pretender ser ni siquiera un sujeto con vida, he conseguido exiliarnos. Esto fue un sutil pero improvisado rescate que ha salvado almas perdidas. Una tarea difícil para un olvidadizo como yo que sin prevención a sus sentimientos y quebrantares, elige decidir un mecanismo de defensa, con la calma suficiente, para ser más fuerte y enfrentarme cuanto antes a la verdad, sin dudar un segundo, lo asumo, que solo yo pude pagar ese rescate; citando, claro está, a Enrique Bunbury. Así avanzaré en esta ilusión soñadora durante más de una vida, como el precio a pagar por siempre preferir vivir en la fantasía porque para mí, la realidad es un puto revolver en la sien.
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