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A 20 años de 'Sea Change' de Beck

A 20 años de 'Sea Change' de Beck

Mar adentro.

En 1611, William Shakespeare estrenó ante el público La Tempestad, una de sus obras más emblemáticas, viscerales y complejas, con alusiones a la magia y al misticismo en medio de un  contexto lírico lleno de desolación, miseria y añoranza. Cuenta la historia de un noble desterrado que se encuentra náufrago en una isla, en donde vive momentos de introspección y tumulto que, lejos de llevarlo a conducir una venganza frente a los que obraron en su contra y las circunstancias, logra la aceptación y se redime. La obra también originaría la ahora famosa expresión del “sea change” (“cambio de mares”), con respecto a una necesidad - voluntaria o fortuita - de metamorfosis interna o cambio de paradigma, mismos que deben pasar los personajes principales para alcanzar una verdadera paz mental y espiritual.

En el año 2000, Beck Hansen pasaría por una situación similar. Tras el extenuante tour que acompañaría al disco Midnite Vultures, una obra llena de extravagancia plástica, neón y desafano hollywoodense que consolidó al cantautor como “el Bowie de los 90”, llegó a casa para lidiar con la infidelidad de su pareja de nueve años, la estilista Leigh Limon. La fiesta terminó, las luces se apagaron y el frenesí se eclipsó para dar paso a una melancolía abrumadora. Y ahora, a 20 años de su lanzamiento, Sea Change sigue resonando como el fin de no solamente de una época personal en la vida del artista, sino a su propio destino de navegación musical.

Tomando inspiración de Willie Nelson y Bob Dylan - especialmente en Blood on the Tracks - Beck encontró la catarsis al desahogar sus sentimientos acompañado únicamente por su guitarra. Tras una semana, ya tenía compuesta prácticamente la totalidad de su siguiente disco de estudio, junto con la planeación y logística para grabarlo. Recurriría a básicamente el mismo equipo de músicos e ingenieros que estuvieron detrás de la grabación del exótico y terrenal Mutations, incluyendo al productor Nigel Godrich. La idea era sacar el material, interpretarlo y grabarlo lo más rápido posible, pero a medida que empezaban a trabajar las canciones, cobraban otro tipo de vida.

Los rasgueos sobrios que abren el disco lo confirman. La banda empieza a marcha lenta y taciturna mientras un glockenspiel adorna con una serie de notas derrotadas, como lágrimas sonoras. “Pon tus manos en el volante y deja que la era dorada comience,” anuncia Beck en “The Golden Age”, intentando forzar su persona sarcástica que lo catapultó en primer lugar, pero suena más bien como a un lamento de auxilio. “Estos días apenas prosigo, y ni siquiera lo intento,” admite en el coro, mientras lo ahogan beeps y distorsiones electrónicas alrededor de la banda en vivo.

beck sea change

El fatalismo es el enorme océano por el cual Beck rema, se hunde y resurge en básicamente todo el disco, pero al igual que las olas que lo rodean, hay picos, pero en ánimo, melodía y atmósfera. Hay una sensación seductora, pero peligrosa detrás del arreglo de cuerdas en “Paper Tiger “(realizados por su propio padre, el arreglista David Campbell), el desierto policromático en “Guess I’m Doing Fine”, la desmantelación de lo eléctrico y lo orgánico en “Lost Cause” y la calidez nocturna en “End of the Day”. Sí, hay calma, pero también como preludio a las tormentas.

Hay un par de ejemplos muy notorios que demuestran la madurez y fortaleza de Beck como un artista que se vuelve amo absoluto de su dominio y capaz de crear o destruir mundos inimaginables a su antojo. El descenso demencial a los avernos que nos transmiten los cellos, violas y violines en “Lonesome Tears”, mientras Beck le implora a los cielos que no cree merecer, “¿cómo pudo este amor nunca fijarse en mí?” Estas son letras difíciles de cantar, aptas únicamente para quien ha ido al rincón más oscuro de su corazón, visto cosas más allá de lo horrendo, y apenas sobrevivió para contarlo.

El segundo es quizás la pieza central del disco. Con uno de los arreglos instrumentales con mayor belleza e impresionismo que se hayan escuchado, “Round the Bend” podría ser el equivalente sónico a una pintura de Delacroix. Tonos vívidos, emociones contrastantes y un paisaje casi eterno, en donde Beck se resigna y acepta la vida que le toca vivir acompañado solo con cuerdas. Es aquí en donde presenciamos en tiempo real el verdadero “cambio de mar”: el sardónico “loser” con corte de cabello del diablo quedaría hundido para siempre, emergiendo a la superficie como un viajero endurecido, sin miedo a nada.

Hay quienes afirman que el verdadero punto de bifurcación para Beck comenzó con Odelay, quien lo sacó del campo y las calles y lo colocó en paredes engalanando las aspiraciones arrogantes de todos los que crecieron con MTV. Pero Sea Change es la genuina transición de niño a hombre, del ingenio a la sabiduría y de la promesa a la autenticidad. Podemos notarlo en la reverberación y tono de su voz, en el estilo multifacético y texturizado de su producción y en el dictamen de su carrera. Desde el encanto urbano en Guero y Colors, la experimentación aural en The Information y Hyperspace y la añoranza jovial de Morning Phase, lo más cercano a una secuela espiritual, hay algo de Sea Change en cada obra de Beck. Es ya tan sinónimo de él como su rostro desolado rodeado de destellos de color que acompaña a la portada. Pago un precio alto, pero al final, supongo que le va bien.