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07/Jun/2014
Tremenda noche que, entre cantidades nauseabundas de sudor, empujones y tímpanos vapuleados, terminó como un día para marcar en la historia de conciertos proverbiales en la Ciudad de México.
Dicen que hay que brindar honor a quien lo merece, y con esto me refiero a la espectacular presentación de los Twin Tones, encargados de abrir el concierto más legendario de su carrera. Nos aniquilaron con su característico sonido que abraza a Ennio Morricone y al spaghetti western como bandera, pero que también galantea con el surf y con destellos de garage. Si los del D.F. no hubieran tenido encima a uno de los grupos más influyentes de todos los tiempos, esto hubiera sido suficiente para la gente se marchara contenta a casa.
Antes de ir a detalle con el pandemónium causado por los septuagenarios en el foro Indie Rocks!, dispongamos un poco de la memoria para entender la relevancia de este quinteto fundador de inmundicia primitiva en el rock n roll.
Las fechas no mienten y la cronología nos detalla que antes de The Velvet Underground, The Stooges o MC5, los de Tacoma, junto con Los Saicos en Perú, y precedidos por pioneros como The Trashmen y The Kingsmen, brindaron uno de los cambios más influyentes en la historia del rock. ¿La tarea? elevar el estado de la música a un nivel de crudeza y frenesí en canciones que no sobrepasan los 3 minutos. ¿Las influencias? El surf, artistas pioneros de la primera ola del rock en el Reino Unido como The Who, The Kinks, The Rolling Stones o The Pretty Things, así como el primitivo rock n roll norteamericano y el blues impuro como estandarte.
Atrás quedarían los ornamentos innecesarios y la indumentaria pretenciosa; esto era música en la que la actitud sobrepasaba cualquier aspecto técnico. Había nacido un hijo bastardo llamado garage y The Sonics era uno de los progenitores; el resto es historia.
Con esto en cuenta, vayamos a los hechos. Han pasado 49 años desde que el indispensable debut de The Sonics pusiera un pie en la historia. Después de una espera que fácilmente dobla la edad de la mayoría de los que acudieron al recinto, el quinteto se presentó por primera vez en la Ciudad de México con un público extasiado que atiborró dicho recinto de la colonia Roma.
Con Rob Lind (saxofón/harmónica/voz), Gerry Roslie (teclados/voz) y Larry Parypa (guitarra) como fundadores y apoyados del carismático y bonachón, Freddie Dennis (bajo/voz) y Dusty Watson (batería), el pandemónium de sudor y ruido primitivo comenzaba.
No importaron las canas, las arrugas, los músculos y las articulaciones que se atrofian por el injusto pasar del tiempo y que impiden que la velocidad de sus legendarios temas se acelere como en 1965. No importó la espera de casi 50 años para recibir a estos pioneros como héroes. Abrieron con “Cinderella” y el recinto entró en una catarsis que desató un mosh pit y, a su vez, una lluvia de cervezas que llegó de manera abrumadora hasta Larry Parypa.
Entre litros de sudor, empujones, olor a cannabis y cerveza, chamarras de piel, asistentes con muletas, fanáticos con vinilos del quinteto y unas canas extasiadas que por primera vez se topaban en un mismo lugar con sus héroes que se aglutinaban con las nuevas generaciones, inmediatamente siguió “Shot Down”, lado B que continuó con la histeria.
Entre algunas rarezas de su longevo catálogo, llegaron también temas nuevos como el rock primitivo a la Little Richard en “Sugaree” y otros de estructura cruda y elemental como “Be A Woman” o “Hey Mamma Look At Little Sister”, que a pesar de no tener la recepción de sus clásicos, sirvieron para que explotara el recinto con lo que todos veníamos a escuchar.
Momentos entrañables del pandemónium fueron los legendarios covers de The Sonics como “Dirty Robber”, la grandísima, “Have Love Will Travel”, “Money (That´s What I Want)” o “Louie Louie,” que por momentos parecen formar parte de la autoría de los de Tacoma.
El sudor, la obscena proximidad entre cada uno de los asistentes afortunados y el calor que incrementaba en el diminuto recinto, no impedía que el frenesí continuara y así llegó el cierre espectacular: el clásicazo y pieza icónica “Psycho”, que desató otro lapso de histeria en el público que ahora arrojaba camisetas y hasta una mochila. ¿El encore? Una terna difícil de superar y que corresponde a lo mejor del repertorio de The Sonics: “I Don´t Need No Doctor”, “Strychnine” y la oscurísima “The Witch.”
Los gestos de Rob Lind, que denotaban satisfacción, lo decía todo. La cuenta con México estaba saldada, había sido una noche espectacular. Setenta minutos de ese rock primitivo y directo que inconscientemente provoca que nos oscilemos en una catarsis de júbilo al unísono en algo que simplemente llamamos rock n roll.