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17/May/2012
Mirándose fijamente los dos hombres sobre el escenario intercambiaron una mirada que pudo encerrar un millón de mundos e ideas, pero cuyo único propósito fue el de inaugurar la velada, donde cada uno sentado frente a su instrumento (por un lado una estación hiper-moderna que culminaba en una compleja plataforma electrónica y por el otro, un majestuoso piano de cola), uno pensaría que frente a frente entablarían una batalla por esclarecer quién merece más su espacio, sí la tradicional clásica o la contemporánea electrónica, pero no pudiendo estar más alejada esta concepción de su propuesta, Alva Noto y Ryuichi Sakamoto ejemplificaron la armoniosa y simétrica simbiosis del pasado y el presente.
Como si algo salido de la nada tomara a los presentes entre brazos y soplara un divino viento con razones por las que la humanidad puede aún ser considerada gestora de belleza, por más de hora y media y dos efusivos encores, la dupla mitad alemana, mitad japonesa, clausuró de prístina manera el Festival Aural que durante dos semanas se encargó de postrar en la ciudad a las figuras más vanguardistas y aventuradas de la música en todas sus facetas, y que una vez más coincidieron en un solo lugar pero ahora como audiencia, donde Thomas Ankersmit, Hernan Hetcht, Okkyung Lee y Phill Niblock desfilaron como audiencia y que por igual permanecieron ensimismados como al resto del quórum cuya mirada contemplaba únicamente el escenario del Teatro Metropólitan.
Los etéreos sonidos emitidos por el extremo electrónico del entarimado, cómo si se tratara de latidos de corazón artificial, eran delicadamente envueltos por un cuerpo compuesto de un orgánico piano del otro extremo, desembocando en embelesadas proyecciones que matemáticamente sincronizadas por el mismo Alva Noto, ofrecían algo tangible y terrenal a piezas como Berlin, Inset, Forbidden Colours, y By This River, original de Brian Eno; una preciosa comunión entre artificial y natural conmocionó sin igual, que yendo más allá de un proyecto artístico, parecía esconder sutilmente un mensaje y, como si se tratara de una planta enredada en una reja de metal, la comunión entre orgánico e inorgánico desembocó en una flor, demostrando que en lugar de desplazar o destituir cualquier rastro de vida natural, el presente y futuro pueden acoger al pasado, que por un momento esta icónica simbiosis suscitada sería imposible, pero ante nuestros ojos fue una preciosa realidad.