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Ponencia, opinión y polémica aparte, Mark Aanderud se mostró como lo que es: uno de los jazzistas más prolíficos e ingeniosos de este país, situación dada, quizá, porque ha pasado mucho tiempo fuera de México, cuestión que probablemente le ha ayudado a desenvolverse como músico. Salió él y su alma directamente al piano de media cola, se sentó sin decir palabra e inmediatamente dejó que sus dedos hicieran sentir al respetable como si estuviera en una película de detectives, una pieza llena de misterio.
Mark concedió una trilogía de piezas antes de dar unas palabras al público: "La primer canción que toqué fue 'la rapidita de fa', después una más lentita y luego otra más rapidita". Toda la noche estuvo llena de material recién hecho, incluso sin nombre.
Aanderud ofreció un show en el que sus estudios clásicos no quedaron en reserva y se mezclaron con el dinamismo, inventiva, flexibilidad y picardía del jazz. El pianista jugó con nuestros cerebros incluso sin darnos cuenta: las escalas tan llenas de melancolía y contemplación también estaban llenas de una alegría matizada; el jazz se caracteriza por no seguir regla alguna, seguir evolucionando y adaptarse a los cambios de tiempo.