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La red de periodistas #EllasResuenan, reúne a diversas profesionales con amplia trayectoria en la industria musical, desde investigadoras hasta directoras de proyectos que llevan por delante el propósito de hacer un periodismo con perspectiva de género que represente, marque referentes e inspire cambios positivos en el medio.
Sus acciones tienen que ver con el registro y sondeo de eventos, estrenos y hechos relevantes relacionados con mujeres, disidencias del género en la escena; nutriendo de esta manera la historia de la música que hasta ahora estaba protagonizada por varones.

Edición: Karina Cabrera
Tres reflexiones desde diferentes territorios y sentires para cerrar el año.
Si te perdiste las anteriores entregas te recomendamos visitar a los medios aliados: checa las redes sociales de Blum y los sitios web de Indie Rocks!, Periodistas Unidos y SonoridadMX.

Por: Stephanie Hernández / Frecuencia Sorora
A pocos días de que este año termine, hago un recuento de las entrevistas que realicé en Frecuencia Sorora y para los resúmenes mensuales de Ellas Resuenan. En cada una escucho palabras de resistencia, de lucha, de entrega y de sororidad. Conocer artistas que tienen décadas en la música o que inician su carrera, me enseñan que los campos están abiertos y que ese trabajo de sembrar semillas da cosechas que deben cuidarse y acompañarse. En Colima, como periodista y gestora cultural, he intentado ser quien acompaña y apoya con nutrientes, como es la difusión y la creación de nuevos espacios, para que el trabajo de las mujeres se esparza como polen.
En 2025 presencié el inicio de la carrera como solista, de la cantante Naya Larios, quien, aparte de lanzar sencillos, realizó videos y un concierto con foro lleno con apoyo de Vórtice Colectiva y Difusión Cultural; el crecimiento con nuevos sencillos como lo hizo Ingrid Guijarro con “Tierra Lúcida” tomando uno de los poemas de Kirshna Naranjo (poeta de esta entidad), para continuar con la visibilización del trabajo de las mujeres; la expansión de Luany, al presentarse en nuevos espacios del país, como en Quintana Roo, Durango y Ciudad de México; el resurgimiento de Darlin, que a pesar de las distancias, logró reunir a su banda para lanzar “Fool’s Gold”; la entrega de Marianina por la justicia social, por medio de sencillos como “América Mexicana”, un año después de “From Palestine to Mexico”; el continuo trabajo de Atempo MaGia, dúo de rap seleccionado para participar en el concurso México Canta, con su composición “Que valga”; la grabación de “Quiero un té, quiero”, el primer sencillo en plataformas de Nelú, quien también realizó tres conciertos junto con Ingrid Guijarro en la Ciudad de México, por primera vez; el deseo concretado, después de 4 años de trabajo, con el disco “Te esperaba” de Edna Vázquez y la maravillosa entrega de un trabajo sororo creado por Chela Cervantes, con apoyo de Ingrid Guijarro y Cinthya Morado.
Si el viento lleva el sonido de las palmeras y los pasos en la arena oscura marcan la huella, que el canto de las mujeres de la música llegue a nuevos horizontes y que sus composiciones permanezcan para mostrar caminos alternos a las niñas, adolescentes y adultas que desean hacer del arte su vida.

Por: Rocío Santos / Músicas al frente (Domingos en Vocalo)
Desde la Ciudad de los Vientos, me uno a esta recapitulación anual que, en mi caso, estuvo nutrida por varios intercambios con artistas mexicanas que llegaron a esta capital del Medio Oeste. A pesar de vivir tiempos difíciles en Estados Unidos, nuestra música, nuestra cultura y nuestra lengua siguen más vivas que nunca. Este año, la programación cultural en Chicago tuvo una fuerte presencia de músicas que nos entregaron humanidad, raíz y esperanza. En abril, en el marco del Sor Juana Festival, presenté el conversatorio Músicas Al Frente con Vivir Quintana & Rosalba Valdez, en vivo desde el National Museum of Mexican Art, donde conversamos con ambas cantantes sobre su quehacer como activistas en la música y la importancia de abordar nuestras narrativas en el cancionero actual. Quintana aprovechó para hablar sobre historias de sobrevivientes de violencia de género que honra en su último álbum Cosas que sorprenden a la audiencia, nominado este año al Latin Grammy en la categoría ‘Mejor Álbum Cantautor’. Por otro lado, la cantante, compositora y artista visual Dámaris Bojor, de Hermosillo, Sonora, hizo su debut en el Evanston Folk Festival, convirtiéndose en la primera música mexicana en ser invitada a este festival al norte de Chicago. Bojor presentó algunas canciones de su álbum debut Folkpirana, que combina la música folk, la música campirana y su propia identidad, ofreciendo un set en español ante un público mayoritariamente angloparlante.
¡Y las músicas no pararon! Este 2025 recibimos a artistas de diversos géneros y generaciones, algunas con una trayectoria consolidada, como Ximena Sariñana y Natalia Lafourcade, quienes lideraron sus exitosas giras solistas Rompe Us Tour y Cancionera Tour por Estados Unidos, y otras que van en ascenso, generando comunidad entre sus audiencias en el extranjero, como Mabe Fratti, Girl Ultra, Valgur, Vanessa Zamora, Concepción Huerta, entre otras. Las giras internacionales responden al gran interés de los públicos y a la magnitud de la música creada por artistas femeninas. No por nada, en la última edición de los Latin Grammy en Las Vegas, vimos una fuerte presencia de mexicanas en los campos de producción y composición: RENEE, ganadora del Latin Grammy a ‘Mejor Canción de Rock’ por “La Torre”; y también la ingeniera, productora y cantautora Teresa Corral, quien montó un campamento de composición en el MGM Grand, siendo esta la primera edición en Estados Unidos de su proyecto Raw Ruido, que busca cerrar la brecha de género en la industria.
Y en este fin de año me siguen llegando nuevas canciones y álbumes cantados, compuestos y producidos por músicas. Recibo el adelanto “La maleta” de la cantante Ana Torroja, quien ya lleva una década viviendo en la Ciudad de México y que, en entrevista, me contó que por fin se sintió con la seguridad de componer un álbum de diez canciones de su autoría tras cuatro décadas de trayectoria, y el cual presentará en la primavera de 2026 desde la independencia. Algunas voces nuevas como el caso de Melisa Castellanos, música de Tamaulipas radicada desde hace años en CDMX, se atreven a crear álbumes catárticos e íntimos como Solata. Y así seguirán apareciendo gemas musicales que son testimonio de que las mujeres continúan produciendo el mayor número de discos y canciones; sin embargo, esperamos una mejor retribución económica, mayor representación en festivales y conciertos, una mejor cobertura y una mejor calidad de vida.

Por. Karina Cabrera / sonoridadmx
2025 se sintió como el año en que las garantías desaparecieron. Las cartas de deslinde, convertidas en norma en los festivales más importantes del país, marcaron un antes y un después: la precariedad profesional dejó de ser una sospecha para convertirse en regla. Cuando escribí Cobertura con dignidad: lo mínimo que deben ofrecer los festivales a la prensa, pensaba en mis años recorriendo escenarios como reportera todo terreno, pero también en el dolor compartido tras las muertes de Berenice Giles Rivera y Miguel Ángel Rojas Hernández en Ceremonia. El caso sigue impune, y con él la evidencia de que el periodismo musical en México se ejerce asumiendo riesgos que nunca debieron recaer en quienes documentamos. Este fue el año en que entendimos que la dignidad —personal, laboral, colectiva— no es un beneficio: es una exigencia.
En paralelo, algo aún más profundo se quebró: el acceso. La desaparición de canciones, la decisión política y ética de muchas artistas de retirar su música bajo Not With My Music, y la revelación de que solo rentábamos aquello que dábamos por propio, nos obligaron a repensarlo todo. El impulso detrás de Almacén de Ruido nació precisamente de ese vacío: ¿a dónde se va la música independiente cuando deja de existir en las plataformas? Durante la creación del Mapa de Músicas Mexicanas, el acceso irrestricto a streaming fue la clave para rastrear escenas, ubicar colaboraciones, reconocer géneros, seguir trayectorias y descubrir proyectos que la industria nunca hubiera visibilizado. Ese acceso permitía encontrar lo que antes no lográbamos localizar por los filtros del mercado. Hoy, en cambio, me preocupa perder de vista a toda una escena que pude mapear gracias a esas mismas herramientas. Lo que desaparece del catálogo también desaparece de la memoria y buscamos que permanezca con esfuerzos de edición en formatos físicos y por rutas más éticas.
La tercera grieta del año se abrió en los espacios donde esperábamos más claridad: las colectivas. A más de una nos pasó, fue evidente que lo que no hemos logrado delimitar a veces pesa más que lo que ya construimos. Nombrar conceptos —sororidad, colectividad, horizontalidad separatismo, comunidad— no convierte automáticamente a un espacio en seguro; lo hace el trabajo constante, los acuerdos claros, la responsabilidad compartida. Pero todavía no alcanzamos procesos que integren diálogos acompañados por reparación del daño. Este año, una narrativa se repitió insistentemente: hablar de culpa sin abordar legados que eluden cambios en prácticas. Casi no hablamos de la crueldad, de la falta de herramientas, de la responsabilidad emocional y ética dentro de nuestras propias dinámicas. Las tensiones internas muestran que no basta con identificarse como colectiva: hace falta sostener el proyecto con madurez política, afectiva y asertiva.
Por eso este año también fue un recordatorio incómodo. La idea de que entre mujeres los espacios son intrínsecamente seguros se deshace cuando las prácticas aprendidas, las jerarquías no nombradas y las heridas no atendidas generan rupturas, silencios y violencias que no siempre sabemos enfrentar, es más fácil romper que asumir responsabilidades. A través de conversaciones, encuentros y entrevistas, escuché la misma preocupación: aún nos falta encontrar la manera de sostener nuestras colectivas sin replicar las lógicas que criticamos afuera. Si este fue “el último año que tuvimos acceso a todo”, quizá lo que sigue no es una pérdida, sino un desafío. Reconstruir memoria sin plataformas, escuchar fuera del algoritmo, cuidar lo que no está en catálogo ni en el escenario, y crear espacios donde asumir la responsabilidad sea un acto cotidiano y no una excepción. Porque incluso cuando el acceso se reduce y seguimos enfrentando la violencia de la indiferencia a lo que realizamos, todavía podemos elegir cómo y con quién resistimos.