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Rock & Cinema: [Capítulo 37] Buscando a Sugar Man

Rock & Cinema: [Capítulo 37] Buscando a Sugar Man

Testamento cinematográfico sobre dos artistas.

“Sugar man, won't you hurry

'Cos I'm tired of these scenes

For a blue coin won't you bring back

All those colors to my dreams

Silver magic ships you carry

Jumpers, coke, sweet Mary Jane,”

Rodríguez, “Sugar Man”

El pasado 8 de agosto, Jesus Sixto Diaz-Rodríguez falleció a la edad de 81 años. Curiosamente, décadas atrás varias veces se le dio por muerto en diversas ocasiones, y las causas de su “deceso” fueron diversas y escalofriantes: un suicidio en pleno escenario al bañarse con petróleo y prenderse fuego; o la variante donde en lugar de incendiarse a sí mismo, se valió de un revolver para volarse la tapa de los sesos; o a causa de una sobredosis; o mientras estaba encerrado en prisión… todas ellas fueron solo rumores alimentados por el aura de misterio la cual siempre rodeó a este músico y compositor estadounidense de ascendencia mexicana.

Bob Dylan era simple junto a este tipo”, con estas palabras era con las cuales Clarence Avant, ejecutivo y anterior propietario de la discográfica Sussex Records; describió a Rodríguez (que era su nombre artístico) quien, a pesar de haber grabado dos álbumes excepcionales de folk rock con poderosos y conmovedores temas, no consiguió hacer florecer su carrera en suelo norteamericano… pero en un punto distinto del orbe, las cosas sucedieron de otra manera.

Estas y otras anécdotas son el combustible el cual impulsa a Buscando a Sugar Man (Searching for Sugar Man, Suecia-Reino Unido-Finlandia, 2012) ópera prima -y póstuma- del malogrado documentalista sueco Malik Bendjelloul, la cual registra, emulando el más puro estilo de un thriller detectivesco, la búsqueda de dos seguidores del cantautor por saber la verdad sobre lo ocurrido con su ídolo, así como los pormenores de su fallecimiento. Y lo que hallarán en su lugar (junto con el espectador) es una historia sorprendente, llena de coloridas anécdotas, ironías y contrastes. Pero, sobre todo, descubrirán a un personaje como pocos, mezcla de sabio, poeta y alquimista.

A lo largo del documental se evidencia que Sixto Rodríguez era un artista quien no le pedía nada a sus contemporáneos como el mencionado Dylan, Donovan o Joan Baez, aunque nunca obtuvo el éxito de ninguno de ellos. Un juglar poseedor de una sensibilidad única, la cual le permitió captar a través de sus composiciones la esencia de su natal Detroit, en ese entonces una urbe empobrecida y arruinada económica y anímicamente hablando. Y transmutó todo ese dolor, tristeza y desesperanza en torno suyo, en temas musicales donde además de plasmar viñetas urbanas en ocasiones desgarradoras; ostentaban también una melancólica belleza, e invitaban a ensoñar y ver las cosas desde otra perspectiva, y a imaginar y anhelar mundos mejores.

Todo ello queda patente en composiciones como “Sugar Man” (canción con la que abre su primer disco, y la cual da nombre al documental), “This Is Not a Song, It's an Outburst: Or, The Establishment Blues”, “Crucify Your Mind”, “Cause”, “I Wonder”, “Crucify Your Mind”, "Can't Get Away”, "Jane S. Piddy", "I Think of You", "Inner City Blues", "Sandrevan Lullaby – Lifestyles" “Street Boy” y "I'll Slip Away", los cuales no solo forman parte del soundtrack del filme, sino que se encuentran integrados dentro de la narrativa del mismo, a través de extractos de sus líricas, de animaciones donde se recrean pasajes de algunos de esos tracks, y una serie de otras imágenes las cuales, compaginadas con los temas musicales, crean un efecto avasallante a la vez que evocador.

Quizás la agudeza y la contundente subversión yacentes en la música de Rodríguez fueron las razones por las que tuvo mayor impacto en una sociedad conservadora y muy cerrada como era la sudafricana en los años más duros del apartheid. Una sociedad sumergida en una especie de totalitarismo y una severa censura y control de la información los cuales, aunados a las sanciones y el boicot impuesto por otras naciones; la convirtieron en una especie de isla donde las cosas transcurrían de modo distinto al resto del mundo.

Y -como la película detalla- en esa especie de universo paralelo, el músico no sólo prosperaría, sino que sus canciones se convertirían en himnos para una generación de jóvenes Afrikaans quienes vieron representados en sus letras sus propios sueños y deseos de libertad e igualdad, y transformaron a Sixto en ícono de resistencia y revolución, aunque en realidad desconocían detalles precisos sobre su verdadera historia, sin mencionar que en Estados Unidos (y casi todo el resto del mundo) era un perfecto desconocido. Del mismo modo, él no se enteraría de haber tenido ese inusitado éxito en Sudáfrica sino muchos años más tarde, cuando Stephen 'Sugar' Segerman y Craig Bartholomew-Strydom, los fans-detectives antes mencionados; logran dar con su paradero, y a raíz de esto se daría por fín el feliz encuentro entre el cantautor y sus seguidores sudáfricanos, gracias a una serie de conciertos que el primero llevaría a cabo en ese país a finales de los noventa.

Al igual que ocurrió con la vida y trayectoria de Rodríguez, el propio documental también posee sus claroscuros: tras su estreno ganaría incontables premios por todo el orbe, destacando entre ellos el Oscar a Mejor Largometraje Documental. Y en algunos países (como México) desató entre ciertos sectores cinéfilos y culturales una especie de Rodríguezmania, propiciando que sus canciones se escucharan continuamente en fiestas y reuniones. Tristemente en 2014, dos años después del estreno de la cinta y de su gran éxito, su director Malik Bendjelloul se suicidaría a consecuencia de una profunda depresión la cual le aquejaba de tiempo atrás. Por otro lado, aunque Rodríguez por fín pudo gozar de un merecido reconocimiento global (especialmente gracias a esta obra), continuó viviendo de forma sencilla y humilde, alejado del lujo y del glamour rockstar, hasta el fin de sus días. Incluso (congruente con esa modestia que le caracterizó), cuando se le invitó a la ceremonia de premiación en donde se otorgaría al filme la codiciada estatuilla dorada antes mencionada, declinó su asistencia porque "no quería eclipsar" de alguna forma el momento y los logros del director y los productores.

Buscando a Sugar Man no solo es un formidable documental, sino que inesperadamente, se ha transformado en un testamento cinematográfico el cual da fe del singular talento de un cineasta cuya prometedora carrera fue truncada por la tragedia, y quien logró plasmar en pantalla la increíble historia, los altibajos y -sobre todo- la esencia del no menos talentoso Rodríguez, y gracias a su trabajo, por siempre continuará incitando a cualquiera que lo vea a acercarse a la música de este artista, cuyas únicas dos producciones acaban de superar el medio siglo de edad, pero que se sienten tan vigentes ahora como entonces.