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Hace unos días las redes sociales se alborotaron, una vez más, por un tema relativamente superficial, pero del que, también una vez más, todos quisimos ser partícipes y opinar. Hablo de cuando Zombra, grafitero mexicano, “pisó” (grafiteó encima) un mural realizado por la ilustradora estadounidense Sarah Andersen, conocida por las viñetas Sarah’s Scribbles (cabe mencionar que el mural fue patrocinado por Samsung, Pictoline y TikTok).
¿Por qué retomar este tema? Porque si bien diario hay algo de qué armarla de pedo en redes sociales, este tema en particular destacó porque buena parte de los comentarios se apoyaba en posturas con argumentos relativamente válidos. Es decir, a pesar de ser un tema mundano, la discusión en general no cayó en un argüende volátil y sin sentido (salvo algunas posturas puntuales).
¿A qué me refiero? La discusión se podría equiparar a aquella historia en la que unos ciegos se encuentran ante un elefante y, en su afán por describir la totalidad del animal, cada uno construye una imagen mental a partir de lo poco que alcanza a sentir con sus manos: la trompa, la cola, los colmillos, las patas, las orejas, etcétera. De esta manera, la “pisada” del mural sirvió como excusa para plantear argumentos que legitimaban el contexto de quien emitía cada juicio: arte urbano, feminismo, esnobismo, etcétera. En contraste con otras ocasiones, el mame no consistió en discutir “para tener la razón”, sino en legitimar una perspectiva sobre cómo se podía interpretar el hecho.
Claro que hubo polarización en las posturas: algunos tacharon de naco al grafitero por “arruinar” la obra bajo la idea de que “por eso no podemos tener nada bonito”, mientras que otros lo aplaudieron porque consideraban que se trataba de un “mural gentrificador” (y recordaban que era algo a lo que se arriesgaba cualquier obra expuesta en un espacio público). A medida que pasaron las horas nuevas posturas surgieron, complementando posibles lecturas y ofreciendo contexto sobre lo ocurrido: se habló de que “pisar” con un tag era un código habitual entre los grafiteros, de que ese mural ya había sido utilizado por otros artistas urbanos y que ahora había sido “coptado” por una marca, se describió la trayectoria de Zombra, y se discutió la relevancia del discurso implícito en las viñetas de Andersen. Vamos, se pusieron sobre la mesa temas tan diversos como la inseguridad en la ciudad, la apreciación artística, la apropiación de los espacios públicos, el feminismo, la gentrificación, etcétera.
A grandes rasgos, ¿qué ocurrió?
Pero no fue tan sencillo, razón por la que cada postura se vio en la necesidad de dar más contexto a medida que pasaban las horas:
En fin, hubo muchas perspectivas en juego, cada una válida a su manera. Esto me recuerda a Janet Staiger, académica que plantea que por la diversidad de características del público de una película se pueden hacer varias lecturas simultáneas de la misma obra: históricas, económicas, políticas, de género, narrativas, etcétera (algo así como una interseccionalidad de los espectadores cinematográficos). Ella habla de “espectadores perversos”, donde cada quien lleva elementos de la experiencia de ver una película a su molino, con cierta alevosía implícita, aunque no por eso negativa. Pues bien, lo mismo pasó con las lecturas sobre lo que ocurrió con ese mural. Sin embargo, esa “lectura perversa” no se quedó en el plano individual: cada quien la utilizó para legitimar el contexto desde donde hablaba, poniendo su agenda personal sobre la mesa para abrir la discusión. Es decir, se hizo una lectura parcial del hecho de manera similar a la historia de los ciegos y el elefante, pero al momento de construir la totalidad de la interpretación del fenómeno la lectura, si bien parcial, tenía cierta validez:
Las personas que defienden a "Zombra" y piensan que es lo mismo lo de la izquierda qué lo de la derecha. Creo que no terminan de entender nada de la situación del país. Y btw tienen 💩 en la cabeza.#sarahandersen pic.twitter.com/Q00MCdYQzI
— Sofía Barrera (@Sopadel98) February 4, 2020
Así de doble moral con su muralito, dan pena #SarahAndersen pic.twitter.com/h0yrfr4L2W
— Omar DG (@omarogd) February 4, 2020
No lloremos por el mural de #SarahAndersen, mejor aceptemos que la vida del arte llega a ser efímera y que las intervenciones son parte de sus posibilidades.
Este mural (publicidad), ubicado en la Colonia Roma, fue patrocinado por Samsung y organizado por Pictoline + pic.twitter.com/2UUsQzu3JU
— mónica (@baadayez) February 4, 2020
Al final del día, cada quien hizo una lectura “perversa” del hecho y, en el proceso, buscó legitimar su propio contexto a partir de una lectura “miope”, pero no por eso “inválida”, del hecho. Por eso este mame en particular fue interesante: si algo tan mundano como un tag ególatra sobre un mural decantó en perspectivas así de contradictorias, pero igual de válidas, ¿qué se puede esperar de temas más complejos? La discusión real trasciende el devenir del mural, tiene que ver con quién y cómo se puede apropiar de los espacios públicos, algo que se vive cotidianamente y que se ha discutido cuando se ha prohibido a los sonideros realizar celebraciones, cómo cuando las autoridades “acompañan” a quienes celebran cuando la selección gana un partido importante, pero “resguardan” a quienes se manifiestan por sus derechos al marchar. Pero bueno, no hay nada nuevo bajo el sol, es el mame nuestro de cada día en las redes sociales.