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Canoro: [Capítulo 23] El Infante Adulto

Canoro: [Capítulo 23] El Infante Adulto

19/Jul/2022

¿Qué vas hacer cuando seas grande?

Generaciones tras generaciones marchan a mi lado.

Siento que cada julio que transcurre son mis ignorados treinta. Y si está de más reconocerlo, vaya trabajo que me costó acostumbrarme. ¿Por el envejecimiento? No. Por lo lejano que parecían situarse. Ahora contemplo a mis treinta y tantos que el problema no es avanzar en la edad, sino andar en el poroso camino de la adultez.

En la habitación de un departamento un niño de siete años disfrutaba inventar historias, enfilar a sus muñecos de cuerpos frondosos y crearles aventuras cada tarde después del colegio. En uno de esos días localizó de fondo sonidos musicales que le abrieron los sentidos de lo que la música despertaba en él. Tiempo después descubrió que había más ritmos fuera de aquellos que sonaban en casa, música que en realidad lo estaba envolviendo; fue ahí donde se enamoró por primera vez. Después de eso su faceta musical veló por muchos rincones perdidos, todo el tiempo asimilando melodías nuevas. Reconoció cómo sonaba cada instrumento, el movimiento de los bailes y los diversos modos de aquellos coros. Esa fascinación le fundó su primera confesión interna: la música estaba siendo su compañera, su hermana mayor y su mejor amiga.

Su andar en la vida escolar no era tan favorable, no al menos para la madre en casa; reprobar materias y castigos de suspensión eran el pan que se quemaba en el horno descompuesto de todos los días. No se hallaba futuro en el testarudo muchachillo. La adolescencia se le acercaba y todos a su alrededor corrían peligro: desobediencia, irresponsabilidad, desapego y sabiduría hueca. El riesgo estaba cercano y la madre no encontraba más pretextos para ausentarse de la oficina y cubrir los llamados a la Dirección Escolar. Un desperdicio de ciudadano, decían los docentes.

Con el único afán de estar a salvo de los abusivos en los colegios públicos a los que asistía, redactaba cartas bohemias para que aquellos conquistarán señoritas preadolescentes y así cayeran a sus pies. Vaya sorpresa que años más tarde, aquel niño seguía creando historias. Así, sobrevenido, una extrañeza llegó a su mundo y la vida tomó otro rumbo: un casete empolvado de nombre El Circo. Aumentando el apetito de curiosidad, años más tarde, castigado por una travesura ordenaba cajas de discos compactos en casa de su padrino. Sorpresivo encontró uno de portada blanca con una enorme lengua roja en el centro; cuando se decidía a reproducirlo, el dueño del disco lo detuvo para recomendarle algo distinto: “The Doors” decía la caratula.

Su mundo adolescente era una perdición. Cursar el bachillerato en un colegio público lo tenía sin prejuicio alguno. A sus 17 años, justo arriba de una patineta, empezó a confiar en todo aquello que necesitaba para vivir, mientras la música lo tenía envenenado. La misma época donde un viejo compinche lo sonsacó a asistir a una tocada de rock nacional en la esplanada de una delegación, al parecer un politicucho se colgó del auge del ska y los inexpertos músicos. Allí, justo allí reconoció su primer vicio: la música en vivo…, también el tabaco y el licor.

Como parte de un análisis lo pusieron a leer un libro para que seleccionará la carrera universitaria que tomaría, aunque no le hallarán un futuro profesional, aunque no le interesara leer. Sin embargo, un romántico obsequio llamado “Los hornos de Hitler” le activó la seducción. Cinco años después siendo universitario, el Periodismo le hizo consumir todas las letras de las que se había perdido; e ahí su cautivar por el aroma a libros nuevos.

Con el tiempo examinó el cuerpo humano, la reproducción y el amor, con ello llegó la fascinación por esa emoción; es un alimento que retribuye y enorgullece, pero que también lo hizo reconocerse vulnerable, situación que asimiló detestable. Aprender con golpes sobre la barda educa igual que las calles sucias, las amistades peligrosas, el sexo sin protección y la podredumbre citadina. Fue conociendo el mundo, su leyenda y su realidad; la indigencia, la inhumanidad y la frustración colectiva. Encontró la insuficiencia, la ansiedad y la melancolía que se vive dentro de un transporte público. La riqueza y la penuria, la injusticia y la humildad, el punk y sus rejegos discípulos.

Siempre rodeado de amistades mayores que lo conservan en continuas discusiones por amor al arte, brindándole aprendizajes inconscientes del que sí y que no desea en su día al despertar; éstos ahora están tocando el cuarto piso en las escaleras de la edad. Pero esa maciza lista de transeúntes fue disminuyendo con el paso de los años, también la fiesta, la sensualidad y el espectáculo. Estos adultos fueron sujetando caminos indistintos, pero que seguramente un buen nudo los enlaza de nuevo.

A furtiva edad le dio la bienvenida al verdadero amor y con ello la conmoción de alumbrar todo lo que estaba en oscuridad. Divina motivación que trajo consigo el fruto de lo sembrado. Ahora continúa creando historias… ya no para sus juguetes ni para gandallas del colegio, sino para él mismo y, al mismo tiempo, para todes excepto él.

Alguna vez, recuerdo, me cuestionaron “qué deseaba ser de grande” y la respuesta fue cansada; hasta a mí me aburrió. Revisaba mis cuentos y libros empolvados de los sueños de los personajes: astronauta, estrella de rock, doctor, veterinario, bombero o policía. Figuras que reflejan un compromiso con la sociedad, bailarines de la pista llamada vida. Y a los treinta y tantos aún no se tiene respuestas concretas, pues casi siempre se puede alcanzar cualquier sueño que se ponga en el radar dejando de lado los daños colaterales.

Muchos autores dicen que los años son aprendizajes, sin confesar que hay días que no se aprende ni madres, o que hay decisiones que te hacen aprender en un recorrido de años posteriores. Hay realidades en mí donde mi corazón y yo hemos perdido ilusión, fe y estoicismo, también personas amorosas y condición física; la prudencia, el decoro y la conciencia también es algo que se traspapela con el paso de los lustros. Llegamos a etapas en las que olvidamos la comodidad que la niñez nos otorgaba, una infancia en la que añorábamos se “adultos”, escuincles pendejos; cómo decirles a los infantes que ser adulto es decir “¡puta madre!” unas cien veces al día.

Las responsabilidades nos están dejando calvos de ilusiones: recibos, renta, impuestos y salarios; horarios de oficina, malestares de salud, depresión y fines de quincena también nos mantienen torturados. Pero el capitalismo con su consumismo nos da indicios de posible felicidad, esfuerzos por adquirir aquello que, dice la mercadotecnia, me hará sentir mejor. Hoy en día, intercambiaría todo este materialismo por salir andar en bicicleta con los vagos de la cuadra, a estirar la mano para que mi madre me suelte 50 pesos y con eso invitar las maquinitas de la esquina o el billar en la preparatoria. Podría soltarme de esto y cambiarlo por unas vacaciones en las que no me agobie por reventar el saldo disponible en la tarjeta de crédito; salir a comprar un disco de Molotov clandestinamente y sonarlo a escondidas con mis primos. ¿Tú no lo harías? dar tu móvil lujoso a cambio de un disfraz barato y pedir dulces en “Día de Muertos”, o dormir temprano esperando anheloso lleguen los regalos el 6 de enero. Intercambiar tu realidad por una fantasía sin modales ni adeudos.

Ahora aquí vamos… logrando sobrevivir como adultos en un mundo infantil. Pensemos en esa reflexión global que nos cuestionan: si tuvieses a tu chaval del pasado ¿Qué le dirías? ¿Qué consejo le darías? ¿Qué le advertirías? Sé que es una vil utopía… pero solo pensarlo inquieta el alma haciéndonos reflexionar, o al menos a mí, si en verdad estamos viviendo la vida que anhelábamos hace 20 años. Y si en esa interacción ilusionista pudieras preguntarle, ¿Qué vas hacer cuando seas grande? ¿estrella de rock & roll? ¿presidente de la nación? Y posiblemente sentirá un agobio similar al de tu presente, buscando tener éxito para no ser un perro fracasado, pensando en no querer fallar a papá y mamá… así como fuimos enseñados.

Siente la pregunta de Miguel Mateos, aún sería bueno intentar responderla porque, vamos, aún somos jóvenes: Nene, ¿Qué vas hacer cuando seas grande? ¿Qué vas hacer cuando alguien presione el botón? Crear historias para mis juguetes, quizá.

El 2022 es año de primerizos treintones. Y ¿saben algo? no está tan mal, no si abrazas a tu infante interior una vez a la semana. A esta edad también hacemos berrinches, sentimos inseguridad, mojamos la cama, los doctores nos aterran y queremos ser grandes. En serio, los treintas no están tan mal… dice mi tío de sesenta.

Puedes localizar los anteriores capítulos de #Canoro en Indie Rocks!

Todas las canciones que musicalizan estas historias se encuentran aquí: