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En este mundo todo está bajo control... ¿todo? ¡No!
Tropecé con un documental en una de las plataformas de streaming más capitalistas del mundo con la premisa de que el punk real solo se vivió en Inglaterra. Parece ser que la carencia mexicana nunca estuvo en su radar. Al mirarlo recordé la reflexión de un cronista chilango que confirmaba que el verdadero punk se encuentra en nuestro país; éste lo justifico con algunas historias locales en donde nos representa que el punk en México no está muerto… solo trabaja de 9:00 a 18:00 todos los días.
Resistir.
Desde hace seis meses que es empleado en ese supermercado, lo que más detesta es que le llamen “El Buen César”. Nadie en su entorno real le llama así, ni sus padres, ni sus profesores, ni sus amigos de carrera. Y mira que detesta muchas cosas en su actual vida. César tiene presente lo que persigue y lo que busca alcanzar; a sus 19 años todo le parece tan claro y a esa edad es fácil verlo así. Comprende algunos retos y precios a pagar por alcanzar su sueño de ser un guitarrista de música punk y reventarla en Madrid, buscando alcanzar a Sin Dios. Sus estudios son relevantes, pues la sociología le ayudará a escribir mejores letras para que su comportamiento rejego esté justificado.
Pero el esfuerzo más complejo es trabajar de cajero en una sucursal del monstro de supermercados; es el empleo que le permite ahorrar 35 pesos a la quincena. Es una jornada de seis horas, seis días a la semana. Cumple tiempos extras para solventar los gastos de transporte; básicamente trabaja para pagar su estancia en el trabajo.
Todo para él vale la pena. Es un esfuerzo tortuoso a soportar para reventar en el éxito como Sid Vicious. Resiste la extensa jornada laboral, los breves y salteados días de descanso, su vergonzoso uniforme y el decadente liderazgo en sus “superiores”. Revienta en maldiciones cuando sus recibos de nómina le informan sus descuentos por retrasos, objetos perdidos y los impuestos a cubrir. Más fastidioso le resulta cuando en una mañana le hablan en el colegio de capitalismo y en la tarde le requieren extender su horario de salida.
Está seguro que su resistencia valdrá la pena en su pronto futuro. Sus camisetas y picos en la cabeza lo respaldarán cuando esta mierda la logre terminar. El buen César pretende no ser tan bueno.
Rebeldía.
No importa en que temporada del año sea, las prendas oscuras siempre le acompañan. En un día normal las porta con orgullo y placer, más cuando está en casa y nadie la ve. Su padre sigue criticando la tipografía de los nombres de bandas filosas que se plasman en sus playeras, también sus collares que parecen ahorcarla. Toda, cualquier absurda crítica, a Olga se le resbala. Solo sube el volumen y deja que Guillotina le reviente los oídos.
Cuando sale de casa, todo “debe cambiar”. Para su trabajo porta blusas de manga larga para ocultar sus tatuajes, deja descansando sus collares en el buró de la habitación y disminuye el volumen en su reproductor. Recoge su cabello en una coleta engomada y su tradicional y exagerado maquillaje no aparece ni en su credencial de trabajo. Al ser recepcionista de un hotel, su sonrisa debe brillar… aunque le fastidie la felicidad.
El único momento de su realidad es la hora de la comida: aislada de todos los empleados, mordiendo su almuerzo y destrozando los audífonos al reproducir un metal gore desgraciado, desagradable y desgarrador. Es más introvertida que sus oscuras canciones. Y es que el metal la ha abrazado y acompañado desde que aceptó su personalidad reservada y poca estabilidad emocional; aún sabiéndolo, no le interesa en lo más mínimo. Se ve feliz y estable así… aunque públicamente tenga que ocultar su gótica pasión.
Sistema.
Presumen era el más violento del barrio. Un sujeto rejego y agresivo, hijo de padres humildes y católicos. Un muchacho desdichado que detestaba la autoridad. De botas gruesas y estoperoles en los cinturones. Un jovenzuelo universitario consumidor de literatura anarquista. Aprobador de todo movimiento de protesta y compatriota de grupos de choque. Un evangelizador de la rebeldía y la crítica. Un punk que no acepta nada, ni al punk mismo.
Con el tiempo, por alguna extraña razón, su persona terminó en todo lo que protestaba. Al día de hoy no sabe cómo llegó ahí. Al día de hoy no sabe cómo (o si desea) salir de ahí. El sistema al que iba contra corriente lo ha hecho nadar de pechito. Parece ya predicar con el canto de un trovador que decía que la protesta es un engañamuchachos. Que si uno es viejo y sabio, debió ser joven y pendejo. Sus promesas las tiene incompletas, confusas. Ahora como miembro MasterCard ve todo desde otra perspectiva. Su estabilidad financiera le ha cautivado el entorno y su vida lleva una calma con supuesta calidad. Aquel anarco golpea cerdos viaja en su automóvil escuchando música anti-sistema a su trabajo de ocho horas. Dicen que sigue protestando mientras brinda con mezcal procesado o pide su café de sirena.
Necesidad.
Su padre le inculcó lo que llaman el rock urbano. Dice que su viejo era un taxista de mata larga con canas y que cada fin de semana lo llevaba a las tocadas en el Estado de México. Cuenta que su madre les ponía sus tortas de huevo y viajaban dos horas en camiones para llegar a bailar con la Banda Bostik. De hecho, no le da vergüenza reconocer ver a su padre con pipas de mota. Pero su bella infancia se vio agredida cuando su padre los abandonó.
Ahora su presente soñado se desmoronó. Con solo 21 años debe solventar económicamente a su madre, su hermana y su esposa embarazada. La necesidad lo llevó a portar un uniforme y cargar charolas como mesero. Tuvo que despojar su mata con un corte de cabello al ras, ocultar sus aretes y evitar tararear sus canciones de narraciones citadinas. Es un esfuerzo al que debe acatarse para que las tortas de huevo no falten en casa. Total, el rock & roll es solo una distracción. Ahora su felicidad es poder cubrir el gasto de los servicios para tener luz y reproducir sus canciones.
Hace días, Carmen Moran de El País escribió sobre el punk. Éste arrancaba con una leyenda: “México amanece hoy con problemas que ya tenía en las décadas de los ochenta y noventa: desempleo juvenil, violencia estatal, corrupción y hambre”. Reflexión que permite aclarar que el panorama no cambia en el verdadero entorno de la marginación. Es un hecho que en nuestro país, en estos momentos, hay un mural realista que nos refleja la desestabilidad que las canciones de punk hablan. La porquería que los arropa día tras día es en su mayoría basura que les arrojan los que la generan y donde el sistema corrompe su estabilidad con un capital que trastorna sus necesidades, con un gobierno que los ahoga todavía más. ¿Cómo no estar en contra de todo? Chingada madre.
No sé el trasfondo de esto. No sé qué sea publicidad y que sea honestidad en la música de protesta. No sé qué es más complicado: resistir fuera o dentro del sistema. No sé, de verdad, si la rebeldía se disfruta o hace encabronar más. No sabemos si es “la puta sociedad”, “el desgraciado gobierno”, “los pinches capitalistas” o la “maldita anarquía” lo que nos destruye más. Lo que sí sé es que vivimos en el país más punk, donde la carencia es una bendición y la extravagancia un sinfín de desdichez. Ya ni sabemos qué somos. No somos punk, ni mod, ni heavy, rocker, ni skin, ni tecno. Somos los nietos, hijos y padres de los que sufrieron tanto como nosotros. ¿Quieren identificarnos? ─pregunta la Polla Records─ ¡No somos nada! ─se auto responden.
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