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Canoro: [Capítulo 2] La vida dorada y su añorada justicia

Canoro: [Capítulo 2] La vida dorada y su añorada justicia

18/May/2021

¿Cuántos recuerdos se han manchado de rojo?

Las lágrimas trenzadas se niegan a brotar.

Conocí a Esperanza en una estación del metro. Yo leía una novela sentado al ras del piso y ella salió expulsada del primer vagón de mujeres; tan disparada que tropezó sobre de mí tirándome por accidente el libro. Entre intenciones de reparar el daño, terminamos charlando del autor que leía, ahí, sentados en el piso de la estación Mixcoac. Casi dos horas después se marchó dejándome un sentimiento de que ya la había encontrado antes.

En un viaje de noche Libertad y yo cruzamos miradas coquetas, su encanto me hacía pensar en aquello que existe y que desconozco. Ella se encontraba de pie a causa de sus atenciones por brindar el asiento a cualquier ser que reconociera agotado; yo cargaba un par de bolsas rosas con regalos navideños; eran fechas decembrinas cuando abordé en la estación Insurgentes Sur. Ahora que la pienso, siento un poco de envidia por la esencia de ella.

Un día después de la presentación del libro de un amigo anarquista, esperé más de media hora a que un tren llegara por mí y el resto de la gente que aguardábamos en la estación Hospital 20 de noviembre; el calor era sofocante y Resistencia se localizaba allí, esperando a un costado mío. Claramente cuando el convoy llegó, la multitud subimos con desesperación por conseguir un lugar y que muchos, entre ellos Resistencia y yo, no alcanzamos. Así que viajamos el resto de la línea estampados en los ventanales de las puertas semiautomáticas. Me sorprendió su nivel de ímpetu.

A Utopía se le cayó su cartera una vez llegando al metro Zapata; así nos topamos. La seguí varios escalones hasta conseguir alcanzarla. Se la entregué en las manos y me sonrió. Era la sonrisa más hermosa que jamás había visto, como si fuese una fantasía. Agradecida, acompañamos el transborde mientras admirábamos las exposiciones de los viejos moneros de la prensa impresa en nuestro país; quedamos en que algún día veríamos una proyección en el cine que se encuentra en esa estación. Esa promesa era tan falsa y aun así la creí.

Cada que mi viaje me hace pasar por Parque de los venados revivo las consultas médicas cuando vivía un embarazo. Con esa remembranza llega Fe y su abrazo desconocido; ella me empujaba a ver más adelante, a ser más precavido y me enseñó a preocuparme por mi futuro. A Fe me la encontraba en esa estación y siempre antes de descender, desaparecía… o se mezclaba entre toda mi gente interna, no lo sé.

Solo los conocedores identificamos el caos que se vivenciaba en Ermita y el correr a galope de la gente para cruzar de un mundo a otro, cuando de medios de transporte hablamos. Ahí Fuerza y yo nos hicimos amigos; juntos mirábamos el trotar de las personas, el esconder cínico de los ambulantes o los automovilistas locos por la velocidad. Justo en las bancas metálicas de esa estación, Fuerza me enseñó que el que persevera alcanza, pero que alcanzar no siempre significaba perseverancia. Aún sigo reflexionando esa frase ilógica.

En un viaje de noche, recuerdo que defendimos unos sujetos y yo a Liberación, una chica que estaba siendo acosada por un cretino. Para calmar la rabia de ella, la acompañé hasta la salida del metro; su agradecimiento fue la recompensa del día. Después caminé de vuelta a la estación percatándome lo abrumador y eterno que es ese transbordo. Afortunadamente logré subir al vagón y cuando por fin alcanzaba mi dormitar, el celular sonaba como desquiciado, pues era ahí donde terminaba lo subterráneo y la señal conseguía sincronizar.

Siempre en Culhuacán pausaba el libro que leía de camino a casa. Ilusión y yo éramos colegas que se frecuentaban todos los viernes en esa estación: yo venía de regreso y ella apenas comenzaba su día; tenía un trabajo de jornada densa, pero siempre la admiraba emotiva y esperanzadora, como un sueño real parecido al libro que leía.

El pinche Aguante y yo nos conocemos desde chavales. Lo recuerdo tanto cuando llego a mi estación, “Lomas Estrella”, y veo desde el puente del metro el nuevo centro comercial, en el mismo lugar que alguna vez me invitó unas cervezas para despejar mi mal día. Ese pinche Aguante siempre anda ahí, sosteniendo a la gente para no caer. Pinche Aguante como le hace falta conocer a tanta gente.

Alguna vez Confianza me platicó que a su hijo le encantaba viajar en metro. Específicamente en esa línea dorada. Siempre bajaban en Calle 11, pero a veces se seguían dos o tres estaciones con tal de que su hijo admirara la ciudad desde las alturas. Aunque ella se encontrara agotada de la rutina, ver la sonrisa de su pequeño reflejada en el ventanal le recargaba su felicidad.

Fuimos juntos en la universidad Seguridad y yo. Recuerdo que sus padres viven cerca de la estación Tezonco, y no lo olvido porque muchas ocasiones en ese metro regresaba a casa después de una tremenda borrachera. Seguridad era la dama más cotizada de mi salón, de toda la facultad y puedo apostar que de la ciudad en su totalidad; es primorosa, candente, un sueño hecho realidad ¡todo mundo la desea! Y no sé por qué, pero persona que la tenía, la desperdiciaba, no le daba la relevancia que exigía. Podría asegurar que si yo la tuviera todos los días, la haría la más feliz… y ella a mí.

Cuando vi las noticias aquel lunes por la noche, inmediatamente pensé en Pesadumbre. Ella y yo solemos acompañarnos en los momentos más crudos. Aquella viajaba todos los días, toda la línea y con todo el cansancio. Estaba frustrada de gritar en silencio. De sentirse arrinconada y menospreciada. El metro le daba paz y a la vez caos. Esa Pesadumbre era tan hermosa y sus llantos la han desgastado. Toda la gente en ese metro, en esa colonia, en esa estación la reconocían claramente. Era tan famosa allí: La Pesadumbre de Olivos. Ojalá algún día vuelva a ser feliz y todos a su alrededor.

Han transcurrido dos semanas y aun me cuesta trabajo superar el suceso. No importa que los medios, el sistema y el contorno hayan orientado el antecedente en un segundo plano, porque nosotros lo renaceremos en toda oportunidad. Cada que alguien pinte de rojo los divinos recuerdos, estará olvidado de nuestros esperanzadores deseos. No es la consecuencia, sino el desfavorable dolor que los descuidos dictan. Son estos momentos los que hacen que las marionetas se desprendan del titiritero y con ese mismo mecate ahorcar al desgraciado teatrero. 

Unos están inquietos por sus votaciones, otros muchos clamando remontar; pocos pero los más valiosos siguen su sollozo dolor. Nosotros seguimos exigiendo y de fondo con “Sus ojos se cerraron” acompañamos su tristeza porque sabemos que todo es mentira, que mentira es el lamento y que hoy están solos sus corazones.

Un texto dedicado a los caídos. QEPD.