Favoritos

Haz click en la banderilla para guardar artículos en tus favoritos, ingresa con tu cuenta de Facebook o Twitter y accede a esta funcionalidad.

199222
Canoro: [Capítulo 15] Dudosa utopía la de un “mundo feliz”

Canoro: [Capítulo 15] Dudosa utopía la de un “mundo feliz”

15/Feb/2022

Y tú, ¿haces lo que te gusta?

Mejor que madurés, mejor que laburés.

Fue a las tres de la tarde la hora que Elena me citó en unos de mis lugares predilectos de la Capirucha. La última vez que la vi fue en un festival musical en el que era edecán. En momentos la puntualidad se ha vuelto unos de mis talentos más elegantes; posiblemente la oficina me la ha desarrollado. Con media hora antes de la estipulada, me dediqué a disfrutar mi bebida energizante que adquirí en el 7-Eleven de Ignacio Allende esquina con Moctezuma. Buscando hacer a un costado el fastidioso rayo del sol e intentando concentrarme para el tema de conversación que me esperaba con Elena, una imagen peculiar me topé de frente.

A media avenida transitable un sujeto se encontraba sentado en una caja de madera. Vestía un pantalón azul desgastado y un calzado que posiblemente hace unos años eran unos funcionales tenis deportivos; en la parte superior una camisa violeta cubierta de un suéter gris deshilachado. Tenía canas en su cabello; un tanto corto, un tanto alborotado. Era un hombre maduro, quieto a mitad de calle, con una guitarra recargada en sus piernas que vibraba fuerte en aquella esquina del centro de Coyoacán.

El sujeto interpretaba canciones de Bowie, The Beatles y Presley. También de Springteen, Creedence y Aretha; ni los playlist de Spotify suena tan bien la mezcla de tales talentos. Ahí solo, con una guitarra café claro (seguro de tanto lijarla), ponía a corear a todo transeúnte de la zona; también a los comensales de los restaurantes frontales. El hombre no tenía ritmo físico, tampoco unas facciones expresivas, ni mucho menos un talento de animador público, pero sus canciones, los ecos que emitía y aquellos requintos o solos precisos nos demostraba que estaba feliz. Había una sonrisa plegada. ¿Por qué feliz? Solo él lo sabría.

Los conductores de los autos que transitaban le arrojaban dinero en el florero que había colocado en una caja a un costado de donde se encontraba sentado. Cruzaba y descruzaba la pierna cada que cambiaba de canción. Las familias que almorzaban en las mesas a ras de calle le solicitaban canciones y los meseros le ofrecían agua para que no se detuviera; hasta la joven de 7-Eleven apagó su bocina bluetooth acallando el trap que escuchaba. En esa esquina de Coyoacán se exhibía un concierto público de un talento desconocido. Me recordó a Tash Sultana en sus inicios en Australia.

Con un pellizco en la barriga, Elena me comunica que había llegado. Después de mostrarle al trovador citadino, me direccionó a un restaurante de la zona para hablar “del trabajo”. Afortunadamente tuve el goce de disfrutar la última canción antes de que el hombre guardará su guitarra quebrada y astillada en la canasta de su bicicleta (otra caja de madera), lugar donde habitaban más instrumentos igual de dañados, igual de milagrosos. El concierto había consumado.

El menú de la zona resultaba pretencioso; nombres que le quitan lo suculento a los alimentos. Mientras ella me narraba los altibajos a los que estaba por enfrentarse en su “nuevo trabajo” (datos intensos de salario, prestaciones, bonos y comisiones; estudios, requisitos y habilidades), en mi mente no dejaba de tararear la última canción y de perpetuar la sonrisa del aquel hombre. Números por aquí, cartas de recomendación por acá; altas en el Seguro Social por allá y papeleos por maracuyá. Reverendo desmadre que le esperaba. Tiene poco que terminó la carrera universitaria y no sabía a lo que estaba por enfrentarse.

Sus trabajos anteriores habían sido explosivos, aunque le placía ser edecán. Sin embargo, su interés cambió cuando pretendió estudiar una carrera profesional que le desagradaba, pero con la finalidad de “ganar más dinero”; odiaba las materias, no soportaba a los docentes y la situación económica la estaba asfixiando. Ahora que está emancipada con un título en la mano, se enfrenta a un mundo de realidad… más ahora que la pandemia vino a debilitar, aún más, los mercados laborales para recién egresados. En el 2020 la posibilidad de que nuevos profesionistas localicen un empleo disminuyó un 7.4% a comparación de años anteriores, reportó El Economista en julio del año pasado.

Si eso no es enredado y poco motivacional, el mismo estudio informa que los salarios para nuevos profesionistas se encuentran en un rango de $9,813.00 mensuales, peor para el camino del freelance que disminuye unos cuatro mil pesos. Tan cabrón que está estudiar y el panorama posterior los agobia mucho más. Vaya tormento…

Al igual que Elena, un porcentaje rudo de la población egresada ─y sin ser egresada─ se las está viendo grotescas. Los arrebatos monetarios afuera están despelucando las esperanzas de progreso. Y mientras jóvenes con un futuro de anhelo recaen en profesiones y trabajos insatisfactorios para elles, del otro lado de la cera localizamos (por ejemplo) vagabundos que disfrutan su felicidad con una guitarra despostillada. ¿Qué esperanza hay más allá de la que ya se extravío? Posiblemente por ello tanto talento está surgiendo de las zonas de confort para apostar por su futuro, estabilidad y principalmente su felicidad.

En alguna fase de la madurez llega el momento del desapego de los padres (cuando existe esa posibilidad) y la búsqueda inestable de saber para dónde desea uno dirigir su futuro: como un problema de difícil solución; claro, es una época difícil en la vida, colocándonos entre la espada y la pared con la presión social-familiar y esa incertidumbre de saber qué quiere uno de su vida. ¿En realidad esa es “una vida normal”? ¿Horarios de oficina? ¿Dinero? ¿Lujos? ¿Confort? El espíritu rebelde se reía, predica Los Auténticos Decadente.

Un sujeto con su guitarra en la calle recogiendo plata por hacer lo que más disfruta y miles de universitarios rascándole para ver cómo alcanzar el sueño profesional; si para ellos está canije, no queremos ni buscarle a los que carecen de esa “oportunidad”. Las revelaciones de un futuro no tienen fecha de llegar para saber qué quiere uno de su vida. Buscar una vocación y seguirla; que la pasión sea el techo y la comida. Con estos datos es entendible cuando la gente canta que no quiere trabajar, no quiere ir a estudiar, que no se quiere casar… y mejor tocar la guitarra, o la pasión que los sacie, todo el día. Sea como sea, y el futuro que presagies, deseamos lo alcances, … porque cada vez se acotan esas “fuentes de dinero” y no te queremos ver con La guitarra de sombrero.