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Canoro: [Capítulo 12] El insurgente sexo opuesto

Canoro: [Capítulo 12] El insurgente sexo opuesto

26/Oct/2021

¿Cuántas féminas están a salvo contigo?

Pero no voy a ser la que obedece porque mi cuerpo me pertenece.

De noche, mientras concluía el último capítulo de “The Shining”, Ana me envió un mensaje. Segundos después me llamó. En esa notificación me había compartido su ubicación en tiempo real; en la llamada me explicaba el motivo: sentía temor de viajar en un auto de aplicación a media noche. Dejé de lado el libro de Stephen King, junto con mi fatiga, para dedicarme a conversar con ella durante su transcurso. Terminó la llamada con un “gracias” cuando apertura la puerta de su casa; había llegado a salvo.

Al intentar retomar mi lectura, me percaté que algo más terrorífico acontecía en nuestras calles y que claramente superaba a Jack Torrance y ese hotel siniestro. Una exaltada reflexión carcomía mi mente; sabía que Ana había llegado a salvo, pero me abrumaba pensar que alguna otra mujer, en ese momento, no corriera con la misma suerte. ¿Qué frialdad es la que deambula por las avenidas de este país que no las deja caminar en paz? El saber que han transcurrido décadas sin que eso se reponga me derrumba más. El único “temor” que he sentido en la ciudad es el que me arrebaten mis insumos materiales; qué horror para ellas preocuparse que no les despojen el alma.

Hace noches en los frívolos noticiarios reportaron el acosador vandalismo por parte de un colectivo de mujeres que atentaron contra la popular estatua de Colón. Los lectores de teleprompter minimizaron la consigna que declaraba ese monumento como una dedicatoria dolorosa ante las mujeres desaparecidas o asesinadas, “a aquellas que en todo el país han enfrentado las violencias, la represión y la revictimización por luchar contra las injusticias”, y prefirieron darle foco rapaz a las acciones anárquicas. La noticia no es lo sorpresivo, el descubrí que la tranquilidad para ellas parece un privilegio es lo que acota la respiración generando suspiros de calamidad.

Alguna vez escribía –creo un tuit– en donde expresaba lo emotivo que me sentía de vivir en un momento de la vida en donde las mujeres son el mayor foco mediático y de interés público en todos los aspectos; desde la defensa de sus libertades, pasando por el prudente manejo de inclusión para mujeres, hasta saber que se han organizado bellamente (como todo lo que hacen) para defenderse entre ellas; es tan potente ese resguardo, que se conservan como el principal contrincante del gobierno actual. Sin embargo, al mismo tiempo, duelen los huesos de impotencia por querer hacer más de lo que está en nuestras trincheras, ¿o a poco a ti no te tiemblan los puños al leer tragedias como “se rompe récord de feminicidios al registrarse 107 asesinatos en 31 días”?

La defensa femenina está fragmentando barreras a tal grado que resguardan a las suyas desde que nacen; he aquí un ejemplo: hace días en el parque, una pequeña de ocho años estaba en peligro en uno de los juegos; sin embargo, prefirió recibir un golpe al caer antes de que “un hombre desconocido la tocase”. La metáfora se transforma en realidad cuando comprendemos que una mujer prefiere apostarse en el riesgo con tal de no ser trasgredida. Ese es el nivel de ansiedad al que hemos llegado, que hemos provocado.

La situación se convierte en una desgraciada calumnia cuando es dictada por fútiles elementos; de nada sirve que el gobierno mexicano y sus pedantes fiscalías notifiquen aumentos en la violencia machista y de género, si las víctimas se trasforman en tipificaciones huecas y carentes de interés. Cifras, cifras y más cifras... como un jardinero que riega sembradíos secos. Y resulta cínicamente gracioso sentir que se presenta mayor interés a proteger cosas que mujeres. Es curioso, sin ser yo una fémina, escuchar a damas confesar que el vandalismo, las manifestaciones y la exacción brusca no es la mejor manera de exigir una solución; si tan solo supieran que ya han intentado de todo rogando auxilio. Más donairosamente ridículo es desembuchar refranes como el “ella se lo buscó”, “su vestir la orilló” o “también lo provocó”; si tan solo supieran que no existe un manual para ser una mujer segura.

Mi mejor amigo tiene una hija, mi hermana también. La señora de la cuadra vigila a su nieta desde la ventana cuando sale a jugar. El vagón del metro tiene un apartado color rosa. En los hospitales las enfermeras son la fuente de poder y las amas de casa no son remuneradas. Las sobrinas son el color de mi casa. Los altos puestos en las corporaciones escasean de mujeres, el mismo género que carga con artefactos de defensa propia en los bolsos y que envían su ubicación para sentirse un poco a salvo. ¿Así o se necesitan más muestras para hacerlo evidente?

Los ejemplos son tantos y más horripilantes que los cuentos de Stephen, y aun con tanta claridad y entendimiento de la situación, se sigue vivenciando ABUSO. Tan arrasador que nos mantenemos en la octava y lastimosa posición a nivel mundial en feminicidio. Y aunque las caídas continúen, con dolencia y cólera, ellas siguen de pie exigiendo seguridad; “ser tomadas en cuenta” es algo que ni siquiera tendría que estar en discusión. Ellas ya no son sumisas ni obedientes, la mujer es fuerte, insurgente, independiente y valiente. Romper las cadenas de lo indiferente exige cantando Ana Tijoux: no pasiva ni oprimida. Mujer linda que das vida, emancipada en autonomía. Antipatriarca y alegre. Echarles la bendición no basta, pues hasta el mismo dios les da la espalda, así que propongo, mejor, seamos su protectora espada.