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Canoro: [Capítulo 11] El maldito circo

Canoro: [Capítulo 11] El maldito circo

28/Sep/2021

Y a ti, ¿qué historia te trae esta vecindad?

Un tequila antes de que empiecen los trancazos…

En los últimos días magnánimos medios de la industria hacen homenajes a discos que en este 2021 están celebrando 30 años de su debut, álbumes como Nevermind de Nirvana, Ten de Peal Jam, The Black Album de Metallica o Use Your Illusion I & II de Guns N’ Roses. Si bien es cierto revolucionaron el género, el sonido y la manera de hacer música, es importante también ubicar en la misma escala un material completamente nacional. Un disco de 11 tracks incorporado al sello de BMG y considerado uno de los “100 discos que se deben tener antes del fin del mundo” por Sony Music Entertainment México.

El Circo de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio salió al mercado un 24 de septiembre de 1991. Éste es el segundo material de la banda, producido por Gustavo Santaolalla y con un récord de más de medio millón de copias vendidas.

En esta ocasión, apreciable devoraletras, no narraré un cuento basado en una melodía, sino en un disco completo que le abrió las puertas a este articulado aficionado musical que suele colocar escenarios sobre la mesa pues, siento, todo comienza allí...

El casete de mamá

En un apartamento discreto e incorporado a una zona habitacional del sur de la Ciudad de México, una madre soltera mantiene en su habitación (estructurada con la cama individual y el buró) un mueble empotrado en la pared con cara de libero. Un mueble de 60 cms por lado con frágiles repisas y saturado de cajas de casete que suenan en orden alfabético cada sábado de aseo matutino.

En ese archivero de arte se localizaba una fila de intérpretes del gusto de la progenitora: Pimpinela, José-José y Juan Gabriel eran los que más sonaba. Y curiosamente en uno de esos fines de semana de limpieza exhausta, la madre mandó a su hijo de 10 años de edad a elegir uno de esos tantos casetes para que sonará mientras aspiraba la sala.

Dentro de su desmotivada energía por hallar “algo que le interese”, encontró una caja rota con un encabezado que decía “MALDITA VECINDAD”. Fueron esas letras de un negro resaltante y con unos sujetos parodiando un espectáculo cirquero lo que lo atrapó. Al parecer, más allá del diseño, fue la palabra “maldita” lo que le hizo sentir morbo; considerando que el niño pertenece a una casa conservadora, cero tolerantes a las malas palabras e incorrectas costumbres.

Entre la presión de la madre que exige comience a asear el sofá y la restirada extensión para conectar la grabadora, el infante apresurado insertó el objeto musical del Lado-A en la casetera y lo reprodujo. Lo primero que comenzó a sonar, después de segundos del correr de la cinta, fue una pésima grabación con un mariachi arrojando un grito desmedido que informa que “ya llegó el pachucote”. —Osh. Otra música de esas…— pensó en niño seguramente.

Sin embargo, milisegundos después algo le reventó la condición: era un estrepitoso redoble acompañado de una lejana trompeta que daba la bienvenida a un sinfín de escándalos melódicos. — ¡Santa madre! — pensó en voz alta el niño.

Esa fue la manera en la que el rock & roll me dio la más ruidosa invitación, con un “Pachuco” en la puerta, un saxofón que ahora nos abraza desde el infierno y con una letra que me recuerda la belleza de llevar la contra a las “buenas –y caducas— costumbres”. Esa tarde, ese niño que era yo, comprendí la diferencia entre lo que “es correcto” y lo que disfrutable.

Un caballo amarillo

Con tal de quedar bien con la chica que lo enloquecía de la preparatoria, se siguió en la línea del Tren ligero hasta Taxqueña; lo único que recibió fue un desgraciado “gracias” al final del viaje, justo cuando ella ingresó a los vagones.

Resignado y consciente de la poca esperanza que tenía en ese fantaseado romance, caminó hacia el crucero donde se encontraba el transporte que lo dirigía a casa. Avanza frustrado y decepcionado, despotricando en cada paso la miserable vida en la que se sentía vivir y fastidiado de gastar sus monedas en un doble transporte sin recompensa alguna; a esa edad todo parece una patraña.

De pie y bien sujetado del tubo para pasajeros, subió el volumen de su reproductor de MP3 mientras miraba por la ventanilla. Tan mala suerte sentía tener que una vez más quedó atrapado en el primer crucero principal con un semáforo que duraba más de dos canciones. Fruncido, solo se dedicó a mirar…

En el cruce contrario, justo debajo de un semáforo, se localizaba un niño jugando a malabares con tres pelotas rojizas: arrojando una sin lograrla sujetar y ocurriendo lo mismo con las dos siguientes. Cuando comenzó su segundo acto, el sujeto de pie en el microbús soltó una ligera sonrisa al apostarse a sí mismo que no sujetaría una de las tres: lanza la primera directa al suelo. Arroja la segunda, rosando sus yemas, pero cayendo al piso. —Lo sabía— murmuró. Cuando aventó la tercera pelota… una ráfaga amarilla pasó haciendo desaparecer al pequeño malabarista. Lo que volaba en el cielo no era la tercera pelota, sino el propio niño.

Un deportivo automóvil amarillo se había evitado la fatiga de frenar en la luz amarilla y decidió acelerar para librar el cruce caótico, tanto que no solo libró el alto total, sino le despojó la vida a un pequeño prodigio del malabar. El automóvil no se detuvo. El microbús en el que viajaba comenzó avanzar velozmente. Nunca vio caer al pequeño. A la fecha se reclama no haber corrido detrás de ese desgraciado potro amarillo. “Un poco de sangre”, demasiada sangre en esta ciudad.

El calor de la noche

En el 2001 se cumplían cinco años de su divorcio. Él se fue de la casa aventurándose a una fantasía romántica e intensa con su secretaría diez años menor, mientras Ella se resignó a quedarse en casa con sus hijos, sus achaques irreales y manteniendo, aún a escondidas, sus quereres con su cuñado.

El primer año de la separación fue una celebración para ambos, excepto para los hijos: Ella gozaba las atenciones lujuriosas del hermano de su exmarido y Él continuaba admirando las glorias que recibía de una jovencita que estaba por terminar el bachillerato. Cuando el tercer año del divorcio llegó todo se complicó más: Él embarazó a la adolescente y a Ella la abandonó su “amante” cuando la esposa (su concuña también) se enteró del desliz pasional; mientras la secretaría le exprimía la cartera de Él, Ella sufría una depresión rapaz por culpa de una campaña de desprestigio en la familia y en el barrio.

El cuarto año y medio del divorcio se puso apretado: las demandas eran lo único que los unía; abogados hablaban por ellos y los hijos, ya mayores, huyeron de la casa en busca de otra felicidad. Él se alojó en el alcoholismo cuando se quedó sin un peso entre las pensiones de sus dos exmujeres, mientras Ella tuvo que empezar a trabajar para sentirse viva.

Una noche de noviembre, cuando se cumplía el quinto año de esa separación, Él cayó perdidamente ebrio en un salón de baile para malgastar sus últimos cien pesos, mismo lugar donde Ella ejerce como mesera. Cuando el sujeto levantó la mano para exigir de malacara un trago, la mujer se acercó buscando una propina.

En una mirada ambos se reconocieron. La vergüenza de los dos era nata. Y algo había en ellos, en ese mirar, que los despertó de la pesadilla localizada. Ella le negó el servicio de venderle más licor y Él, sujetó su mano fuertemente como un acto de resignación. Mariana dejó de pensar un momento en su trabajo de mesera para tomarlo de los hombros evitando cayera. Mario derramaba lágrimas que surgían del corazón, pues éste a media luz siempre se entregará…

Todo el ambiente olía a mar y la luz roja de neón anunciaba el lugar. De ellos dos ya nada se habló, pues no importaba lo que se murmurara en las calles, el cautivar los abrazó de nuevo y en la pista una pareja se volvió a enamorar. “Kumbala” era el lugar; siempre dicen que de la noche son, las cosas del amor…

Aldo Acuña, bajista de la banda, cuenta en una entrevista para Los Ángeles Times que el papá de Roco les prestaba una bodega para ensayar. Después de 36 años de trayectoria podría parecer que esa anécdota es imposible de creer, considerando que son una banda de rock que se han presentado en todos los continentes. Sin embargo, lo imposible de creer es que hasta la fecha existan músicos que mantengan en alto lo vivo de nuestro país y que, aunque a veces nos sentimos vergonzosos de las carencias que siguen latentes desde aquel 1991, es admirable que La Maldita Vecindad nos ayude a no perder los pies de esta ciudad donde el hambre se ve como un gran circo en acción.

Felices 30. Gracias Malditos.