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El desafío en toda historia de amor, el duelo inevitable entre discípulo y maestro (¿y una paciente?); el duelo intelectual entre Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein. A Dangerous Method, película del 2011 que por fin llegó a nuestras salas y a la que ya le queda poco tiempo en cartelera.
“Jung y Freud son los X-Men de la inconsciencia, ellos saben que están locos y eso es su liberación”, comentaba un tweet por ahí. Comparación que me interesó porque si de algo se trata esta película (y nadie mejor que Cronenberg para plasmarlo así) es de esa demencial carrera en pos de conquistar los infinitos espacios internos de la psique humana.
El filme gira principalmente en relación al caso de Sabina Spielrein (interpretada con gran destreza por Keira Knightley); mujer que representó un parte aguas en la relación entre Freud y Jung. Así, la película aborda el chisme planteado por algunos estudiosos, sobre un posible affair entre Jung y Spielrein. Enmarcando esta polémica ficcionalización de la historia, tendremos asimismo el debate intelectual que por esos años se gestaba entre el joven Jung (encarnado por el genial Michael Fassbender) y un ya consagrado Professor Freud (prodigiosamente interpretado por Viggo Mortensen, actor fetiche de Cronenberg). Además, para potencializar aún más la atmósfera de ideas radicales de la cinta, por allí aparecerá el alucinado Otto Gross (cristalizado por el maléfico francés Vincent Cassel) que fungirá como una de las figuras definitivas en la construcción de la teoría jungiana.
La película está basada en la obra de teatro de Christopher Hampton “The Talking Cure” y en la novela A Most Dangerous Method de John Kerr. Dos piezas que serán condensadas en una adaptación cinematográfica de lo más problemática, en el sentido de la eclosión de ideas. Cosa que no sorprende a los fans de Cronenberg, puesto que nuestro querido canadiense se ha caracterizado desde siempre por una natural inclinación hacia los temas más tenebrosos de la mente. Con esta película sólo venimos a comprobar que, además, es un gran admirador de Freud y Jung. Además, cómo no relacionar esas secuencias eróticas en las que vemos a un contrariado Carl Jung azotando a Sabina, con las desviadas exploraciones de los personajes de Crash, Spider, Naked Lunch, Videodrome, Dead Ringers o aún con los retorcidos experimentos de Seth Brundle en The Fly.
Tal vez una de las secuencias más interesantes y más oníricas del filme sea aquella en la que Jung intenta darle terapia al trastornado psicoanalista Otto Gross, para terminar el mismo Jung psicoanalizado por su paciente. Al final de esta parte, en una de las mejores escenas de la película, con la voz in off de Cassel diciendo “No pases frente al oasis sin detenerte a beber”, se ve a Gross tendiendo una escalera que lleva al cielo, o hacia un barranco (dependiendo de cómo se quiera ver); tal vez hacia los rincones más inaccesibles de la mente, como le gusta al realizador.
Prodigioso explorador fílmico de los deseos prohibidos del espíritu humano, este señor Cronenberg, al igual que el cineasta estadounidense David Lynch (y que Luis Buñuel, mucho tiempo atrás), no escatima nunca al momento de penetrar en las geografías más desviadas de la mente. Porque ya sea a partir de la kafkiana transformación de un hombre en mosca, de coches automovilísticos que llevan al orgasmo o de una sombría charla sobre los sueños (entre Freud y Jung), la poética de Cronenberg siempre está analizando la gestación de un nuevo tejido, de una new flesh (mutación constante) que es la base de su propuesta cinematográfica y de nuestras más deliciosas pesadillas.