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Al acercarse estas fechas es imposible no pensar en todas esas películas de tono bíblico que la cinematografía mundial ha erigido; al mismo tiempo es inevitable rememorar algunas de las representaciones que el cine ha creado en relación a la liturgia católica: la mayoría de las veces en tono solemne, otras ocasiones (quizás las más luminosas) con un ácido toque irónico. Quién mejor en ese territorio de la parodia que el cineasta aragonés Luis Buñuel.
Para estos días de guardar que ya se nos vienen encima, quisiera sugerir un par de obras mexicanas del maestro oscuro del explícito deseo cinematográfico. Uno de los pocos artistas que en su trabajo ha logrado mezclar perpetuamente la primavera del Eros con los convulsivamente represivos rituales del cristianismo. Para empezar con esto pensemos en Susana: carne y demonio (1951): melodrama de oscuras connotaciones al estilo Sade, en donde una sensual mujer joven introduce el caos en una tranquila y aburrida hacienda campirana.
Otro gran momento mexicano de Buñuel es Él (1953); inspirada en la novela homónima de una escritora española, la película nos trae a cuadro la figura del demente y todos los trastornos de lo real que esto conlleva. Un hombre mayor se enamora de una recatada joven; todo sucede un jueves santo en la catedral de Coyoacán. La mujer era la prometida de su mejor amigo, a partir de esto se disparan una serie de delirantes situaciones que nos evocan al primer Buñuel de la Edad de Oro (1930). Además, la película nos regala una serie de miradas a lo religioso como si de un acto plenamente erótico se tratara.
Nazarín (1959) es una de las películas que más ironizan lo religioso en la historia de la cinematografía. El padre Nazario es un predicador que al intentar hacer el bien, imitando a Cristo, termina liberando las pulsiones del caos en cada misión que acomete: lo onírico, lo retorcido, el Eros oscuro y toda una serie de fuerzas serán puestas a cuadro a través de los fallidos milagros de este anti-santo.
Como contra parte femenina de Nazarín tenemos a Viridiana (1961). Cinta protagonizada por Silvia Pinal, donde Buñuel explora de nuevo la construcción de un misticismo frustrado pero ahora desde la óptica de la mujer. Viridiana es una mujer hermosa y devota que decide suprimir sus pasiones por completo y, tras la muerte de su tío, entregarse al cuidado de unos pordioseros mal agradecidos. Todo irá bien hasta que aparece en escena su atractivo primo, personaje que se convertirá de alguna forma en el salvador de su desgracia y, a la vez, en el oscuro objeto de sus deseos.
Para terminar esta galería buñueliana cerramos con Simón del desierto (1965). Un asceta ha decidido cumplir una excéntrica penitencia parado en completo aislamiento sobre la punta de una columna en ruinas. Un sensual demonio, de nuevo encarnado por Silvia Pinal, será la constante amenaza a sus meditaciones. Otra pieza que nos regala alucinantes miradas al núcleo barroco y confuso de la religión católica. Buñuel, al igual que en Viridiana, se vale de diversos recursos surrealistas para pintar las ocurrencias y provocaciones de un demonio que se pasea en bragas alrededor del casto asceta.
Espero que estas recomendaciones les sirvan de entretenimiento místico y que el ojo cortado de Buñuel los acompañe en sus visiones primaverales.