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Carientismos: El reggaetón no mata mujeres, la indiferencia de las autoridades sí

Carientismos: El reggaetón no mata mujeres, la indiferencia de las autoridades sí

10/Mar/2020

(O de cómo buscamos chivos expiatorios, en lugar de atacar la raíz del problema).

El pasado 3 de marzo la periodista Monserrat Vargas, de Publimetro, me contactó para hacerme unas preguntas relacionadas con la propuesta de Salomón Jara, senador de MORENA, de limitar en los medios contenidos machistas o que promueven la violencia de género, tal como ocurre con algunas canciones de reggaetón. Dicha propuesta contempla modificaciones a la Ley Federal de Radio y Televisión (abrogada en 2014, por lo que aplicaría más bien para la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión), y dotaría a la Secretaría de Gobernación de más facultades para sancionar ese tipo de mensajes.

Hasta ahí todo relativamente bien, pues sin duda es pertinente moderar contenidos machistas y misóginos en los medios. Sin embargo, la iniciativa estuvo acompañada de mucha desinformación, sobre todo por los argumentos que dio el senador Jara, y se difundió la idea de que se trataba de una prohibición al reggaetón en los medios (haciendo eco de los sueños húmedos de varios conservadores y de algunos fundamentalistas musicales). Por eso resulta pertinente comprender la diferencia entre moderar o restringir algunas temáticas y prohibir la totalidad de una expresión artística. 

¿Cuál es la diferencia entre moderar y prohibir un contenido? Los medios tienen una responsabilidad social y siguen líneas editoriales, razón por la que moderan o restringen ciertos contenidos, lo cual no atenta contra la libertad de expresión. Por eso incluso los medios de nota roja llegan a reconocer cuando rebasan ciertos límites y afectan los derechos de las víctimas, algo que ocurrió, tristemente, con la difusión de las imágenes del lamentable feminicidio de Ingrid Escamilla. Pero esos criterios no aplican de la misma forma para la totalidad de una expresión artística, como lo es el reggaetón –que, aunque duela a algunos, lo es–, pues dicha prohibición implicaría una censura que sí atentaría contra la libertad de expresión. 

Claro que discutir sobre la libertad de expresión es complejo y requiere de un espacio más amplio, y habría que problematizar cada caso sin omitir el contexto, pues el arte y los medios de comunicación siguen lógicas diferentes. El arte contempla la posibilidad de comentar aspectos del ser humano y su cotidianeidad a partir de representaciones, ficciones u otros recursos retóricos y poéticos que, a pesar de su posible crudeza o cinismo, resultan necesarios para canalizar ciertas emociones y reflexiones. Pero su difusión implica el uso de medios de comunicación, los cuales, así estén dedicados al entretenimiento, implican la responsabilidad social antes mencionada, razón por la que existen diversas formas de moderación o restricción de sus contenidos: por edad, por horario, mediante clasificaciones (como en las películas y videojuegos) u otro tipo de advertencias (como en algunos sitios web). No se prohíbe la existencia de un contenido, pues sería censura, pero sí se modera el acceso al mismo dependiendo de su temática y del medio o contexto donde se reproduce.

Pero más allá de estos tecnicismos, el problema con iniciativas como la del senador Jara es que estigmatizan una consecuencia, pero no atacan la raíz del problema, que para el caso de México sería la desigualdad de participación de la mujer en la esfera pública, la inseguridad, la corrupción, la falta de educación, una moral ultra conservadora y la descomposición del tejido social. Es decir: el problema no es el reggaetón, ni cualquier otro estilo musical o forma de entretenimiento, pues el reggaetón no mata, pero los individuos sí, así como la indiferencia de las autoridades. 

Curiosamente, antes de recibir las preguntas de Monserrat Vargas ya estaba esbozando un texto sobre la diferencia entre el papel de los medios de comunicación y las expresiones artísticas, así como lo delicado de moderar o censurar ambos, el cual desarrollaré en un futuro. Sin embargo, aprovechando la iniciativa de la periodista, así como el hecho de que por cuestiones de espacio la nota resultante –publicada el 4 de marzo– ofrece tan solo una pequeña parte de lo que respondí, comparto a continuación las respuestas de manera integral, esto con la intención profundizar en la discusión. 

Monserrat Vargas: ¿Sería útil eliminar el reggaetón para evitar feminicidios?

Julián: "Prohibir el reggaetón no cambiaría absolutamente nada, las cifras tan alarmantes de feminicidios en el país, y en el mundo, existen desde antes de que siquiera se hablara de este estilo musical. Tenemos que responsabilizarnos de esto y dejar de buscar excusas: somos un país violento y machista, con una violencia estructural hacia la mujer que va más allá del consumo de cualquier forma de entretenimiento. Si realmente quisieran prohibir las expresiones machistas en la música prohibirían también buena parte del pop, del rock, de la banda, del rap, del blues, etcétera. El problema es que buscan chivos expiatorios; lo fueron en su momento el jazz y el rock, y ahora lo son la banda y el reggaetón. De hecho, mucho del reggaetón se mantendría al aire, porque es en realidad bastante cursi. Hay que entender algo, un estilo musical no es machista, lo son los artistas que lo interpretan, y la historia de la música popular está plagada de ejemplos. Además, no se debe confundir prohibir y censurar con moderar. Se debe moderar los espacios de exhibición y acceso, sí, por eso existen clasificaciones y formas de etiquetado, pero no se debe prohibir su difusión, porque sería caer en censura, algo muy delicado".

M: ¿Tendría que extenderse la moderación a otros géneros?

J: "Tendríamos que entender que el problema no es tal o cual expresión artística, sino nuestras dinámicas sociales cotidianas. El mirrey popero es machista, el rockero progre es machista, el compositor de conservatorio es machista. Vamos, hemos visto muchos defensores de derechos humanos que también son machistas. Todos lo tenemos introyectado. Supongamos que desapareciera toda la música "machista" contemporánea, el machismo existe desde antes, los feminicidios también, nada cambiaría. Debemos dejar de atacar las consecuencias y empezar a problematizar con mayor profundidad las causas: desigualdad de participación de la mujer en la esfera pública, inseguridad, falta de educación, una moral conservadora, impunidad ante la violencia de género, corrupción y un tejido social descompuesto. Eso hace que haya tantos asesinatos de mujeres, no una canción sobre perreo. Y sí, puede haber letras explícitas, pero pasa lo mismo que ha pasado con la música supuestamente satánica o los videojuegos y caricaturas violentas: a la fecha no hay estudios críticos y con metodologías confiables que hayan encontrado una correlación entre el consumo de estas formas de entretenimiento y la violencia, porque es mucho más complejo. Japón y Alemania son de los países que más consumen videojuegos, entre ellos los violentos, y las cifras de tiroteos en sus escuelas son nulas, en contraste con lo que ocurre en Estados Unidos. Lo mismo pasa con otras formas de entretenimiento. Y, por ejemplo, México y Brasil son los países con más feminicidios en Latinoamérica, y ni siquiera se produce reggaetón de manera masiva en ambos países, sino banda y funk brasileño respectivamente. Sí, en ambos se consume reggaetón, pero también balada y muchas cosas más, además de que la sexualidad se vive desde polos opuestos en cada país. ¿Qué ocurre entonces? Es algo estructural, y ambos países comparten altos índices de impunidad y corrupción". 

M: ¿Son las canciones de reggaetón las que han elevado el número de feminicidios en el país?

J: "No, son la indiferencia por parte de las autoridades y la impunidad. El invisibilizar el problema a nivel estatal y federal, y perpetuar una estructura legal deficiente que culpabiliza a las víctimas, que no prevé los riesgos, y que actúa cuando ya es muy tarde".

M: Más allá de la eliminación de este tipo de canciones, ¿qué necesita el país para erradicar la violencia de género?

J: "Atacar el problema, o todos los problemas que ya mencioné, pues de nada sirve atacar al mensajero. Guste o no, cualquier canción es una expresión artística, y ser selectivos en su moderación, estigmatizando un estilo musical e ignorando que es un tema transversal, es en realidad una forma de clasismo. Los medios si deben ser moderados explícitamente, por tener una responsabilidad social, mientras que con el arte la moderación debe ser en cuanto a los canales de acceso y difusión, pero nunca censurar la expresión. Si un periodista dice una expresión misógina puede ser desvinculado de una empresa, por tener una misión, visión y línea editorial, pero un artista nunca debe ser coartado de sus formas de expresión, porque el arte es, entre muchas cosas, un comentario de la vida cotidiana, guste o no lo que se diga. Tenemos que entender esa diferencia, y a partir de ello moderar para ciertos públicos, pero nunca prohibir".

M: ¿Los gustos musicales definen la personalidad de una persona y su forma de actuar?

J: "Los gustos en general, no solo los musicales, definen una parte de la personalidad de alguien, entre muchos otros factores. Al final, la música existe para distintos contextos y situaciones, y es rara la persona que solo escucha una forma musical (además de que dicha persona resultaría aburrida, por su poca adaptabilidad a distintos contextos). La idea de que "eres lo que escuchas" es legado de planteamientos arribistas del siglo XIX, una forma de distinción que se ha perpetuado a partir de varios pseudoestudios (como aquellos donde se plantea que los bebés que escuchan música clásica en el vientre materno son estimulados intelectualmente). Hay, eso sí, algo a la inversa: personalidades afines a ciertos estilos. Pero, nuevamente, es delicado plantear correlaciones así de simplistas, pues psicopatas, feminicidas y demás sociópatas trascienden las fronteras de la afinidad por tal o cual estilo musical". 

M: ¿La violencia hacia la mujer únicamente provendría de un gusto musical?

J: "No proviene del gusto musical, y no hay un solo estudio crítico y con una metodología confiable que lo demuestre. Hay pseudoestudios que lo plantean, pero son fácilmente cuestionables en cuanto a su metodología o modo de aproximarse al problema. La prueba de lo anterior la ofrece la historia: feminicidios, machismo y otras formas de violencia de género han existido desde antes de que siquiera se hablara de estas y otras músicas. Sería como decir que escuchar cantos gregorianos promovía la violencia hacia la mujer en el medievo, pues también ocurría –y sigue ocurriendo– en los contextos religiosos. Es, y siempre ha sido, algo mucho más complejo. De nada sirve hacer ese tipo de correlaciones, pues distraen del problema de fondo". 

En fin, como bien cuestionó el periodista musical Alejandro Mancilla al leer lo publicado por Publimetro: “Entonces… ¿Qué sería lo que no es machista? Según leo, nada”. Sí y no, pues como planteo en una de las respuestas, los individuos son –o somos– los machistas, no los estilos musicales, y todos somos o hemos sido partícipes en su perpetuación. El machismo trasciende la especificidad de cualquier forma de expresión artística, pues lo tenemos normalizado. Los géneros musicales tan solo abordan esas y otras temáticas que apelan a dicha normalización. 

En México hemos creado, a lo largo de la historia, infinidad de chivos expiatorios musicales para justificar problemáticas mucho más profundas: primero fueron el jarabe y el son, luego el jazz y el tango, después el rock y el pop, y recientemente la banda y el reggaetón. En lugar de querer censurar las expresiones artísticas de moda, sería pertinente que las autoridades se responsabilizaran y atacaran la raíz del problema: una estructura social que normaliza y perpetúa la violencia de género. Yo prefiero mil veces un perreo sucio y explícito, e incluso agresivo, como parte de la ficción que implica escuchar una canción (y lo mismo va para el rock satánico y otras temáticas), que reproducir la doble mural de quienes por un lado dicen “claro que estoy en contra de estos crímenes”, pero que juzgan a quienes hacen las pintas para denunciarlos. Esos “peros” no solo son distractores, sino que, por omisión, forman parte de la violencia estructural que vive una mujer en el país.