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25/Jun/2012
Desde lo que bien se podría llamar su “segundo advenimiento”, el aire de la nostalgia es lo que llena los pulmones de los conciertos de Caifanes. Lágrimas de emoción, sobrias sonrisas que esconden algarabías incontrolables, brazos extendidos y una penetrante ilusión en ojos es el bello panorama que, más importante aún: sin edad, sexo, credo o estatus social, Saúl, Alfonso, Diego, Alejandro y Sabo son cómplices y culpables de su suscitación.
Retando la fortaleza emocional del quorum, apelando a sus recuerdos en el estado más puro y complaciente a modo de un concierto estrictamente cronológico, Caifanes interpretó temas de sus cuatro discos en orden de lanzamiento, en un longevo recital de más de 30 canciones durante dos horas y cuarto en el Coloso de Reforma, lugar que abrió sus puertas a esta banda hacia exactamente 22 años. Desde la aparición de Diego Herrera en los teclados para dar inicio a “Viento”, hasta la ultima reverencia de la banda frente a una audiencia que se los comió en ocasiones con sus unísonos cánticos y porras, Caifanes principió la primera de sus tres fechas en el Auditorio Nacional como una inolvidable noche que a su vez, se anexara a los anaqueles de los recuerdos más especiales de los presentes, ya fueran seguidores, novatos, o concurrentes.
Dirigiéndose hacia el público con su tradicional “raza”, con un sincero y marcado tono de humildad por parte de Saúl es otro de los factores por los que termina ganándose a un público que a pesar de estar, por decir, acostumbrados a estas figuras locales y nativas de esta ciudad, portadas de revistas, notas en el periódico y un sinfín de videos en televisión, aun pueden inspirar pasión al estar reunidos y presentes en carne propia. ¿Quién lleva la cuenta de la edad de estas canciones? “El Elefante” y “Amanece” aún pueden ensordecer y “Miércoles de Ceniza” y “Nos vamos juntos” conmueven. En sí, todavía sorprenden en escena con temas raramente interpretados como “Quisiera ser Alcohol” o “Metamorfeame”. Una avalancha de emociones y sentimientos desciende cuando se inaugura un nuevo ciclo de pequeñas introducciones de lo que fue “Caifanes”, “El Silencio”, “El Diablito” y “El Nervio del Volcán”, anunciando el transcurso de un álbum a otro. Imágenes del tiempo transcurrido, del Siglo XX que ha ido, conciertos en los desaparecidos Tutti-Frutti y Rockotitlán, sus primeros demos, pósteres y boletos: memorias.
Lo dicho es, mientras la banda no componga nuevo material, el estelar en estos shows siempre será la remembranza a un tiempo que se ha ido, sin importar los recuerdos personales o globales que nos traigan sus canciones.Una comunión es convocada por la añoranza de un tiempo ido, o inclusive una época que algunos ni siquiera vivieron; sea cual sea la justificación de la existencia de Caifanes en el 2012, es irrelevante con la dicha y gracia que infieren a su audiencia, que eternamente agradecidos abarrotan y abarrotarán cualquier foro en que se anuncie su nombre y la promesa donde todo tenga sentido en esta caótica existencia mexicana se de por entendida en algo que se entiende como “concierto”.