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Carientismos: El Hitlercito que todos llevamos dentro

Carientismos: El Hitlercito que todos llevamos dentro

10/Abr/2020

(o de cómo en momentos de crisis nos sale lo autoritarios).

Las últimas semanas ha habido un desgastante juego de dimes y diretes sobre lo que se considera “correcto” con respecto a cómo actuar ante algo que la mayoría no comprendemos: una pandemia. En ocasiones la discusión se apoya en evidencias científicas, o en lo que plantean algunos expertos, pero lo que ha quedado claro es que ningún argumento con sustento podrá superar al viejo “pero yo creo que”, pues quien lo utiliza se adjudica una autoridad intelectual incuestionable para replicar lo que leyó en alguna columna tendenciosa, en un hilo de alguna red social, o en alguna cadena de WhatsApp “del amigo de un amigo que sí lo vivió”. 

Si bien inmamable, esta práctica es, básicamente, el día a día de las redes sociales. Sin embargo, la frase empieza a utilizarse en contextos donde la discusión resulta moralina, y es ahí donde la cosa se pone truculenta. “Yo creo que los que salen a la calle deberían ser encarcelados”, “yo creo que el gobierno debería monitorear las actividades de la gente”, “yo creo que deberíamos quemar a los vecinos que no cumplen con la cuarentena”, y así ad infinitum. Con una mano en la cintura (y la otra en el teclado) cientos, miles, o quién sabe cuántos individuos repiten una y otra vez “¡que les corten la cabeza!” a quienes osan actuar distinto a ellos. No, no importa que el “otro” NO haya quebrado la ley, pues “yo creo” que merece lo peor. ¡Ah! También están los posts cuasi-bíblicos: “les veo felices saliendo a la calle, pero ya verán cuando se infecten ustedes o los suyos, entonces se arrepentirán”, dejando ver el profundo arraigo católico de muchos. 

Lo anterior tampoco es nuevo, el “¿qué dirán?” es moneda de cambio en este país. Pero el problema es que se empieza a percibir un tono protofascista en las discusiones, y va en aumento. Habrá quienes digan “tranquilo viejo, no uses esa palabra, porque lo que describes no es fascismo, ya que no se trata de una postura ideológica ni política”. Y sí, coincido, y para allá va el resto de mi argumentación: por eso hablo de “protofascismo”, ya que hay indicios de afinidad a prácticas autoritarias y que trasgreden los procesos democráticos, pero claro que falta mucho para realmente hablar de fascismo. Sin embargo, dichas expresiones dejaron de ser casos aislados, y de ahí viene mi preocupación: están adquiriendo resonancia. 

¿Qué tiene que ver la resonancia con esto? En el libro ¿Por qué el holocausto?, Saul Friedländer plantea que al estudiar los movimientos antisemitas de los siglos XIX y XX se hizo evidente un esquema sobre cómo fluyeron dichas ideas: 

  1. La historia de un grupo o comunidad contribuye a la formación de estereotipos positivos o negativos sobre el mismo.
  2. Dichos estereotipos son retomados, amplificados y difundidos por la prensa y otros contextos sociales. 
  3. Cuando ocurre una situación de transformación social acelerada, de tensión o de crisis, se activan mecanismos de defensa psicológica colectiva que intensifican las valoraciones negativas sobre dicha comunidad, apoyándose en los estereotipos existentes. 
  4. Finalmente, si en dicho contexto aparece un personaje que encarna o capitaliza el sentir colectivo, y dicho personaje tiene influencia en la colectividad, puede ocurrir que se activen situaciones de extrema locura colectiva. 

¿Suena familiar? Sin duda la cuarentena califica como una situación de transformación social acelerada, y tanto los medios, como las discusiones en redes sociales, se han apoyado en estereotipos para alimentar el resentimiento hacia comunidades y sectores de la población, ya sea por humor o como una forma de argumentación seria. Por ejemplo, hay un rechazo global hacia personas con rasgos asiáticos, en Francia unos médicos sugirieron que se hicieran pruebas en África para encontrar una cura, “pues de por sí carecían de recursos médicos”, y en Estados Unidos se han planteado correlaciones entre las zonas de mayor infección y las ciudades “santuario”, que son aquellas que protegen los derechos de los migrantes ilegales. México no ha sido la excepción, en la capital ha habido indicios de discriminación hacia gente de origen árabe después de que una persona de origen libanés dio positivo al virus, e incluso se ha pedido que se “marquen” las casas donde viven personas de dicho origen. Así mismo, en otros estados ha habido situaciones lamentables, como agresiones a personal médico e instituciones de salud.

Con cada crisis siempre hay un “otro” a quien culpar, ya sea por su origen socioeconómico, nacionalidad, cultura, religión o hábitos. Pero en México no necesitamos voltear al exterior para encontrar a quien discriminar. En un país que histórica y estructuralmente ha despreciado a la mitad de su población, manteniéndola en un inhumano rezago de pobreza y precariedad, no se necesita de políticos o periodistas para aprender a perpetuar dicha polarización: la hemos introyectado por los libros de texto y las narrativas cotidianas, además de reproducirla en el día a día mediante micro clasismos y micro racismos. Esta es la razón, por ejemplo, por la que un amplio sector de la población evita acudir a playas y centros comerciales para no ser discriminado. Y no, la tensión entre chairos y fifís no es nueva ni ha aumentado en años recientes, aunque parezca lo contrario. En realidad, las discusiones en redes sociales han hecho que el debate público se viva como algo desgastante a nivel global, y para confirmarlo basta con preguntar a gente de países como Argentina, Brasil, Inglaterra, Estados Unidos y Francia, quienes coincidirán que las posturas "también se han polarizado”. 

Ahora bien, ¿cuál es el “otro” que hemos construido en México? Son varios, “los políticos”, “los corruptos”, “los de arriba”, “los de abajo”, “los nacos”, etcétera, pues siempre nos excluimos colectivamente de las narrativas negativas. Con la cuarentena el “otro” dominante ha sido el “naco”, aquella persona que “no cumple”, que “no se porta bien”, que “es ignorante” o “irresponsable” y decide salir a la calle, obviando que hay múltiples razones para ello. Es ahí donde regreso al tema del protofascismo, pues esta narrativa del “otro ignorante” no sólo se ha hecho presente en la cuarentena, sino también en algunas marchas cuando se han repartido volantes del Movimiento Nacionalista Mexicano o del Frente Nacionalista de México, en los mensajes “para rescatar a México” presentes en infinidad de perfiles de redes sociales, en las apologías a la violencia contra la caravana migrante “porque vulneran la soberanía del país”, así como cada vez que se incita a la violencia contra feministas “por dañar el patrimonio”. En cada caso hay un mismo hilo conductor: las iniciativas salen de un sector clasemediero arribista, con un fuerte discurso moral (y predominantemente machista), que siente que pierde sus privilegios por culpa de “otros”. 

Retomando a Saul Friedländer, el autor también hace énfasis en que buena parte de las tensiones antisemitas se originaron en la burguesía conservadora alemana. Lo curioso es que parte de ese rechazo fue alimentado por la propia burguesía judía de Alemania que, como consecuencia de su interés por integrarse culturalmente al resto de Europa, decidió emanciparse de las formas que caracterizaban a los judíos orientales. Como plantea Monika Richarz, destacada historiadora especializada en la cultura judía de Alemania, desde la segunda mitad del siglo XIX las diferencias culturales y religiosas entre judíos orientales y occidentales se hicieron más marcadas, y pronto les alienaron entre sí” (para contexto se puede revisar este texto publicado en el sitio web de la ONU). Si bien esta afirmación podría generar incomodidad (y recuerdo haberme sorprendido cuando también la leí en el Museo Judío de Berlín), no ha sido la única ocasión en que una comunidad se dispara en el pie por arribismo: se vio cuando, a pesar de su discurso racista, miembros de la comunidad latina y negra en Estados Unidos votaron por Donald Trump para no perder su status quo

En México los cambios sociales están amenazando, según algunos, la estabilidad de ciertos… mmm… más que sectores, grupos de poder, pues es innegable que hubo un cambio en el status quo que no se había visto a lo largo de la historia del México post-revolucionario, y esto ha generado tensiones. El problema es que los indicios de protofascismo a los que apelo son difíciles de monitorear más allá de publicaciones esporádicas en redes sociales. Por eso es importante leer entre líneas, ya que se ha demostrado que denunciar perfiles o páginas realmente no afecta a quienes promueven discursos de odio, pues forman parte de redes y dinámicas de interacción que trascienden plataformas digitales, países, continentes y lenguas. De hecho, se considera que quienes promueven discursos de odio contra comunidades puntuales, como las que defienden los derechos sexuales, de las mujeres, de los migrantes o de otras minorías, están alimentando indirectamente una metanarrativa que se ha denominado como “Gran reemplazo” o Great replacement, la cual plantea que la defensa de estos derechos es un plan para desplazar globalmente a ciertos grupos de poder (aquí un texto que lo explica con mayor detalle). Y por lo visto ciertos sectores en México se han sumado a esa narrativa.

Los grupos nacionalistas, machistas, anti inmigrantes, racistas e incluso terroristas tienen lógicas similares. En el libro Hope and Memory, el historiador Tzvetan Todorov plantea que se configuran tres grupos cuando se promueven ideologías de este tipo: los autores intelectuales, los agentes y los simpatizantes. Los autores intelectuales exageran la tensión entre fuerzas en conflicto y provocan que haya respuestas más violentas por parte del adversario, reforzando así la solidaridad del grupo y eliminando posturas neutrales y moderadas. Los agentes son los verdaderos seguidores, susceptibles a la manipulación fanática, y los simpatizantes son aquellos que no se imaginan formando parte de este tipo de grupos, pero que aprueban algunos de sus planteamientos y llegan a replicarlos. Por eso ahora, cuando hay una crisis social, surgen cientos de perfiles y páginas apócrifas que capitalizan dichas tensiones, difundiendo rumores e identificando quiénes replican los contenidos, pues son posibles adeptos a ciertas formas de xenofobia. Esto, al final de cuentas, tiene que ver con lo que también plantea Saul Friedländer en un capítulo titulado “los creyentes”, a quienes considera son, implícita o explícitamente, y haciendo eco de algunos planteamientos de Hannah Arendt, quienes terminan condonando y facilitando ciertos discursos y acciones de odio. 

Sin importar que sean académicos, empresarios, músicos “alternativos”, periodistas, pachamamas, pequeño burgueses o clasemedieros arribistas, a diario se hace una constante apología a prácticas autoritarias. Claro, en lo individual pareciera que no tiene relevancia, pues no pasa de un “yo creo que” por aquí y por allá, pero colectivamente sientan las bases para alimentar un resentimiento que en cualquier momento puede ser capitalizado por un político o personaje público bajo discursos protofascistas. Sí, podré “pecar” de paranoico, pero estos procesos no son tangibles de la noche a la mañana, y se ha visto que con el tiempo han llevado a distintos países a elegir a políticos abiertamente totalitarios y xenófobos (y no, el actual gobierno federal de México no es totalitario, por más que cierto grupo opositor lo repita). El mero hecho de plantear ideas como el monitoreo de actividades da pie a que más adelante se naturalicen prácticas autoritarias. Vamos, incluso he leído personas que, “ante la ineptitud del gobierno para actuar contra esta pandemia”, plantean que sería buena idea un golpe de estado (y no, no lo estoy inventando). Por eso es importante contemplar estos procesos, pues es delicado que estas ideas se consoliden como parte de las conversaciones cotidianas. 

Ahora bien, ¿qué otredades han tenido mayor resonancia en los últimos meses en México, como para ser afectadas por estos procesos? Como ya dije, de entrada quienes defienden los derechos de ciertos sectores. Sin embargo, hay indicios de otras formas de xenofobia, y habrá que dar seguimiento de ellas. Es un hecho que aumentará la migración en los próximos años, es una tendencia global y se recrudecerá en Latinoamérica. ¿Habrá mayor rechazo hacia los centroamericanos? México es de por sí un país sumamente violento hacia ellos. ¿Árabes? Hay respaldo mediático para su rechazo gracias a décadas de consumo de las narrativas estadounidenses. ¿La comunidad negra y afromestiza? Vamos, fue hasta los noventa que se les incorporó en la narrativa oficial mexicana mediante la idea de “la tercera raíz”, después de siglos de invisibilización, y poco ha cambiado en realidad. ¿Asiáticos? No sería la primera vez, basta recordar la persecución y asesinatos que hubo contra los chinos a inicios del siglo XX en el norte del país. Sí, México es y ha sido un país extremadamente racista, con muchos “otros” a lo largo de la historia.

Ante el panorama actual mi apuesta va, tristemente, a que aumentará la saña contra los sectores marginados. En México se ha recrudecido el discurso de odio hacia el “ignorante”, y en el imaginario colectivo hay una correlación histórica entre dicho concepto y ciertas comunidades. Por otra parte, los medios están alimentando el resentimiento de clase, las tensiones entre “los de arriba” y “los de abajo”, por mero rating y clicks, desinformando sobre distintos temas cada día, sin importar la postura política. Veremos las implicaciones de esto a mediano y largo plazo, razón para dar seguimiento a personajes públicos que dirijan las discusiones en los próximos meses, tergiversando constantemente la información (que ya hay unos cuantos claramente identificables). Es muy probable que, rumbo a las elecciones del 2024, una figura pública adquiera mayor popularidad al capitalizar el descontento de ciertos sectores conservadores clasemedieros, los cuales se autoperciben (sin evidencia real) “oprimidos”. Probablemente dicha figura prometa “recuperar” los privilegios de dicho sector “en defensa de la Nación y de quienes sí trabajan”. Eso será un paso más hacia la consolidación de un movimiento protofascista. Claro, si obviamos el hecho de que históricamente en México ha habido discriminación y represión contra varias comunidades; un “fascismo asimilado”, por así decirlo, o lo que la investigadora mexicana Olivia Gall ha definido como “racismo asimilacionista de Estado”.