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Huérfanos: La vida de Don Melchor Ocampo

Huérfanos: La vida de Don Melchor Ocampo

03/Jun/2014

Huérfanos

Guita Schyfter

Dolores Heredia, Rafael Sánchez, Alberto Estrella

Videocine Distribución

México, 2014

¿Una película de más de dos horas sobre Melchor Ocampo? ¡Claro!, ¿por qué no? Resulta que la vida de este gran reformista mexicano es más interesante de lo que uno podía suponer.

La cineasta Guita Schyfter (Las Caras de la Luna, Novia Que Te Vea) sigue una línea reciente que encuentra al cine nacional explorando las vidas privadas los forjadores de nuestra patria. Recordemos trabajos sobre Juárez y Santa Anna, a Demián Bichir como Hidalgo y sus andares no tan persignados, además de que se esperan proyectos sobre los casanovas Morelos y Villa.

Schyfter recorre la trayectoria del enigmático Ocampo desde los tres años hasta su muerte, dejándonos con un filme cuasi-épico que recorre 44 años del siglo XIX en poco más de dos horas, incluyendo la intervención yanqui, la guerra de Reforma, el exilio en Nueva Órleans con Juárez y la intervención Francesa; vaya reto para cualquier producción, no sólo una mexicana.

También queda al descubierto la especial relación que Ocampo tenía con su nana y amante de toda la vida, Ana María Escobar (Dolores Heredia), quien lo recogió en sus brazos cuando de niño, Ocampo quedó huérfano y al cuidado de Francisca Javiera (la camaleónica Claudette Maillé) y después permaneció en su vida como su amante y madre de (la mayoría) de sus hijos. El lazo sentimental entre Melchor y Ana María es la única constante certera a lo largo de su vida, más que su involucramiento político.

Pero de la magnitud de este cuasi-épico filme surgen la mayoría de sus defectos: Ocampo es interpretado por tres diferentes actores, siendo Alan Alarcón y el gran veterano Rafael Sánchez Navarro los que interpretan las etapas más importantes; los esfuerzos a través de maquillaje por acortar las diferencias de edad entre Alarcón y Sánchez Navarro (alrededor de 35 años) es demasiado notoria, con Sánchez Navarro luciendo pálido como zombi en sus primeras escenas.

Polémica es la representación de Juárez como un pusilánime títere; “ese indio no hubiera sido nada sin tu apoyo”, le dice un personaje anónimo a Ocampo. El mensaje es claro: Don Melchor fue un gran hombre, ¡no hay porque insultar al chaparrito! Recomiendo el excelente libro, El Rostro de Piedra de Eduardo Antonio Parra y luego llegar a un punto medio entre ambas obras.

Pero los aciertos en afrontar este reto son varios también. Nueva Orleans en 1853, y no solo los interiores de un restaurante, sino un río Mississippi con barcos y todo, luce bastante bien. Las actuaciones de Heredia y Sánchez Navarro son impecables y potentes, y finalmente, el reconocimiento a Don Melchor como el gran reformista desinteresado y cómo se la dejó ir a la iglesia como pocos. Un épico recorrido por otro camino de la historia mexicana que no deja mal sabor de boca.